Crisis, transiciones y ecología.
Pello Igeregi Santamaria, responsable de ELA de Negociación Colectiva, Salud Laboral y Euskara. Artículo publicado en Galde.
En el sistema económico en el que vivimos las crisis son cíclicas. Cada crisis emerge con características diferentes, pero tienen una lógica común de fondo.
Después de los “treinta gloriosos", tras la Segunda Guerra Mundial, los rendimientos marginales del capital se han ido reduciendo constantemente. Con el objetivo de mantener esos beneficios se han ido produciendo cambios profundos en el sistema. Cambios que nos han llevado al ciclo neoliberal en el que vivimos actualmente. Esto no significa que debamos echar de menos esos años gloriosos. Esa edad de oro del sistema capitalista fue la época en que vivimos los hombres blancos en el norte del mundo, un sistema basado en la explotación de las mujeres, de los pueblos del sur y del planeta. En cualquier caso, la tormenta neoliberal tras la crisis del petróleo ha profundizado constantemente en las desigualdades sociales, en la cultura heteropatriarcal y en la actuación por encima de los límites del planeta.
Podemos pensar que la crisis actual es exclusivamente sanitaria, pero antes del coronavirus la economía, entendida en términos clásicos, ya presentaba profundas debilidades. Tenemos que recordar que entre los economistas prestigiosos el tema de discusión era cúando estallaría la siguiente crisis. Hace un año pocos dudaban de que la crisis estaba por llegar. El tipo de rendimiento de los materiales de producción volvía a reducirse tras el efecto rebote de la crisis anterior, la producción real no crecía, la guerra comercial entre China y Estados Unidos ralentizó las relaciones comerciales a nivel mundial, la devaluación salarial estaba reduciendo el nivel de demanda... Yo creo que es importante hacer un diagnóstico adecuado de la "enfermedad" si queremos acertar con la receta. Eso sí, no podemos olvidar que incluso la crisis sanitaria nos ha dado lecciones.
También es importante a su vez, recordar cómo se gestionaron en el debate público las soluciones a la crisis económica anterior. El lector recordará que vivimos dos tiempos muy diferentes por parte de los gobernantes. Primero fue la época de la contrición, de la necesidad de reinventar el sistema capitalista, de retroceder en la sobrefinanciarización de la economía, de poner freno a la desregulación excesiva de los mercados o de aumentar la intervención del sector público. Este ejercicio de “perdón” de los políticos dio un soporte ideológico a la asignación de enormes subvenciones a la banca y a un enorme crecimiento de la deuda pública.
La contrición, sin embargo, no trajo consigo ninguna penitencia. Y tras la disculpa del momento, de aquellos barros estos lodos: a la hora de devolver las subvenciones concedidas a la banca y al capital para mantenerlas vivas, nosotros nos convertimos en culpables por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. En consecuencia, de una crisis derivada de la excesiva desregulación acabamos en una situación con los mercados aún más desregulados (reformas laborales, acuerdos comerciales como el CETA, políticas de ajuste del sector público, modificación del artículo 135 de la Constitución...). Y no podemos olvidar el papel que jugaron las estructuras europeas en la imposición de esas políticas, especialmente en la soberanía de los Estados miembros o la determinación de cambiar por la fuerza las decisiones democráticas de los ciudadanos mediante la imposición de la jaula ideológica de "Maastricht". Lo hemos visto en Grecia mejor que en ningún sitio.
Esto no es un ejercicio de historia. Simplemente se trata de recordar las lecciones imprescindibles para hacer frente a la crisis actual. La desregulación del mercado no ha traído más que injusticia en el reparto de la riqueza, especialmente para las mujeres y para los países y ciudadanos del sur y, además, no tenemos planetas para alimentar este sistema. Este sistema necesita aumentar continuamente la velocidad de producción para evitar tener más crisis. Para ello el sistema necesita constantemente nuevos mercados y en las últimas décadas estos nuevos mercados se han conseguido mediante la mercantilización de espacios hasta entonces fuera de la lógica del capital (acumulación por expropiación de Harvey) y el crecimiento constante del nivel de producción. Pero la falta de un planeta que mantenga ese ritmo y la reducción del poder adquisitivo por la devaluación salarial provocada por las políticas de ajuste, hace que no haya suficiente gasolina para este crecimiento continuo. Por esto, para liberar las tensiones que provoca la reducción de los tipos de beneficio, se producen crisis de forma cíclica.
Con la excusa de la transición ecológica se prepara el próximo saqueo. Europa ha planteado fondos enormes para hacer frente al reto de la digitalización o la transición ecológica. Pero no hay más que analizar los proyectos presentados para participar en estos fondos en la Comunidad Autónoma Vasca para tener claro que aquí no hay transición. Se van a financiar proyectos de empresas concretas, proyectos pensados desde antes de esta crisis (como Petronor o Iberdrola); se van a financiar proyectos privados y ganancias privadas mediante deuda pública, para luego recordarnos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que las políticas de ajuste para hacer frente al exceso de deuda pública son imprescindibles. Para rematar esta falacia, los mismos políticos que invocan la necesidad de la transición ecológica destinan subvenciones públicas para alargar al máximo la esperanza de vida del motor diésel, en lugar de destinar ese dinero a la transición que inevitablemente les tocará vivir al sector del automóvil y sus trabajadores.
La transformación del modelo productivo es imprescindible. Nuestro modelo económico tiene tres enfermedades graves para hacer frente a la situación actual.
Primero, no tenemos soberanía. Las empresas del País Vasco tienen una enorme dependencia de las multinacionales, porque son directamente propietarias de las empresas o porque nuestras empresas son subcontratas de esas multinacionales. Los ámbitos de decisión se sitúan muy lejos de Euskal Herria y nuestras instituciones tienen una capacidad muy reducida para decidir qué y cómo se debe producir en estas empresas. Ganar soberanía respecto a las empresas es imprescindible para poder decidir el modelo productivo de forma democrática.
En segundo lugar, tenemos una excesiva dependencia del automóvil. El automóvil está en una encrucijada y queda por decidir qué camino debe tomar, aunque pocos dudan de que se vaya a dejar de lado el coche de combustión.
Y, en tercer lugar, a los sectores imprescindibles para la reproducción de la vida no les damos el valor que necesitan. Si el sistema económico, tanto neoliberal como socialista, va a funcionar será imprescindible, entre otras cosas, tener unos sistemas fuertes de cuidado, sanidad, transporte público o educación que hagan posible la vida, porque sin ellos todo lo demás es imposible. El sistema se ha construido sobre la precariedad de estos sectores. Esta crisis sanitaria ha demostrado que con estas bases no se puede tener una economía sana.
No habrá transición real sin control público de las empresas estratégicas, no habrá transición si no les damos el valor que corresponde a los sectores dominados por las mujeres, no habrá transición sin un proceso de relocalización de la economía y no habrá transición sin un reparto justo de la riqueza. Y las transiciones serán transiciones mientras no se hagan a costa de los trabajadores (que hasta ahora han estado trabajando en esas empresas). Es decir, es imprescindible tener en cuenta el futuro de esos trabajadores.
ELA ha pedido al Gobierno Vasco y al Gobierno de Navarra dos herramientas para liderar esa transición, un sistema de formación de ERTE para evitar el cierre de empresas y el despido de trabajadores, y la creación de un fondo de 2.300 millones de euros para hacer posible la reconversión de estas empresas. El liderazgo político será imprescindible, necesitamos política. Si dejamos el liderazgo de esta transición a cargo de empresas meramente lucrativas, se basará en el sufrimiento de los ciudadanos humildes y de los trabajadores, en lugar de en la justicia.
Y una última duda. Si la política se niega a emprender este camino y quisiera reproducir de nuevo la salida de la crisis de 2008 para alimentar los beneficios empresariales a costa de los trabajadores, ¿qué hacemos? No sé si desde la sociedad civil no tendríamos que construir nuestro camino para desconectar del capitalismo. Y si no podemos cambiar el sistema de arriba abajo, a través de la puesta en práctica de proyectos concretos, a lo mejor tendremos que provocar grietas en la base del sistema. Pero esto lo tendremos que desarrollar en una próxima ocasión.