Economía social y solidaria para ser libres
Jordi García Jané, cooperativista en L'Apostrof y activista en el movimiento de economía solidaria catalán (este es el resumen de su intervención en el seminario "Economía social y solidaria y soberanía(s)")
Una primera idea clave es que es posible hacer economía desde lógicas no capitalistas, sino desde la solidaridad, la igualdad, la sostenibilidad y la democracia. Y esto no es una teoría; la ESS es una realidad modesta pero no es pura teoría, sino una práctica. Una práctica extendida por todos los continentes y en todas las actividades económicas, una práctica que desde la década de los ochenta del siglo pasado ha ido cogiendo cada vez más fuerza.
Podemos entender la economía social y solidaria (ESS) como aquel conjunto de iniciativas socio-económicas, de todo tipo, formales o informales, sobre todo colectivas pero también individuales, que priorizan la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de sus miembros y/o de otras personas o de una colectividad entera por encima del lucro, que ponen la sostenibilidad de la vida en el centro; que cuando son colectivas, la propiedad también lo es y la gestión es democrática; que actúan orientadas por valores como la equidad, la solidaridad, la sostenibilidad, la participación, la inclusión y el compromiso con la comunidad, que tienen voluntad de cambio social; y, finalmente, que son independientes con respecto a cualquier poder privado o público.
El nombre no hace la cosa, lo que importa es la práctica, no la teoría, es decir, lo importante es qué y cómo se hace, no tanto qué forma jurídica adopta
Se puede hacer ESS a través de cooperativas de todo tipo (de trabajo, de consumo, de vivienda, agrarias, de enseñanza, de crédito...), a través de asociaciones del tercer sector, a través de sociedades laborales, de tiendas de comercio justo, de entidades de finanzas éticas, de empresas de inserción, de pequeñas economías comunitarias... El nombre no hace la cosa, lo que importa es la práctica, no la teoría, es decir, lo importante es qué y cómo se hace, no tanto qué forma jurídica adopta.
Para explicar la extraordinaria variedad de la ESS a mí me gusta utilizar la metáfora del árbol. Primero porque la ESS es una economía enraizada, lo que tiene mucho que ver con el tema que tratamos hoy, el de las soberanías. La ESS es una economía que crece orgánicamente, no se la puede hacer crecer desde fuera (las políticas públicas pueden y deben ayudarla pero no suplantarla, como se puede ayudar a que un árbol crezca mediante agua, luz, un suelo fértil... Igual que un árbol crece si lo alimenta un subsuelo rico en nutrientes, la ESS, para crecer, contra más tejido social comunitario exista, mejor se desarrollará. En una sociedad muy individualista será muy difícil organizar una iniciativa de ESS con otras personas, porque ni siquiera se conocen, ni han desarrollado capacidades organizativas para sacar adelante proyectos que muchas veces son complejos. Por consiguiente, cuanto más asociacionismo y más empoderamiento colectivo exista en una sociedad, más fácil será que sus miembros se autoorganicen también para hacer frente a sus necesidades mediante la ESS.
Porque igual que vosotros tenéis una caja de resistencia, en los barrios populares de Barcelona había las cooperativas obreras de consumo que, por ejemplo, en aquella huelga aportaron el pan gratis a las familias huelguistas
Más allá de las raíces e igual que el árbol, la ESS tiene unos valores troncales: democracia, solidaridad, sostenibilidad y equidad. Y a partir de ese tronco aparecen las diferentes ramas de la ESS, las cuales, situadas siguiendo el ciclo económico convencional, son, básicamente, la creación y gestión de bienes comunes (materiales o inmateriales), la producción autogestionaria (bienes y servicios), la comercialización justa, el consumo responsable, las finanzas éticas, la distribución equitativa del excedente y, en la circulación, las monedas comunitarias. En todas estas ramas tenemos ejemplos de éxito por parte de la ESS.
Por lo tanto, estamos hablando de una economía enraizada, realizada por la ciudadanía para resolver necesidades, a menudo con recursos locales, una economía que es difícil de deslocalizar y que genera muchas más externalidades positivas que negativas.
Este tipo de prácticas económicas, todavía minoritarias, apuntan hacia otro modelo de desarrollo económico local que, simplificando, podríamos describir como: frente a lo grande, lo suficiente; frente a lo global, lo local; frente a la especialización, la diversidad; frente a la idea de crecimiento como algo cuantitativo, la idea de desarrollo como algo cualitativo; frente a la idea de competir entre territorios, la idea de cooperar; frente a la idea del territorio como mero soporte de la actividad económica, el territorio como agente activo, con memoria y patrimonio; y frente a la economía que nos excluye a la mayoría, una economía más inclusiva.
Existen soberanías estratégicas para construir un nuevo país como son la soberanía del trabajo, la soberanía de los cuidados, la soberanía financiera y monetaria, la soberanía energética, la soberanía alimentaria y la soberanía en telecomunicaciones
Y ese nuevo modelo económico también podríamos abordarlo desde el punto de vista de cuatro ejes: una economía más comunitaria (donde la comunidad no es desarrollada, sino sujeto que desarrolla), autocentrada (que prioriza la satisfacción de necesidades locales con recursos locales), integral (en el sentido de que genera riqueza económica pero también de otros tipos: vínculos, afectos, conocimiento…) y endógena (aprovecha los recursos propios, tanto los tangibles como lo intangibles, como por ejemplo el conocimiento).
Que la gente se junte para resolver necesidades de un modo democrático e igualitario es muy antiguo, tan antiguo como la humanidad, pero su referente moderno serían las cooperativas que se crean a finales del XIX y principios del XX. En aquellos tiempos la mayoría de cooperativas fueron creadas por un movimiento obrero, como una de sus diferentes expresiones, junto con el sindicato, la sociedad de socorros mutuos o el partido obrero. La cooperativa se configura como una arma de resistencia y lucha de los sectores populares contra el capitalismo naciente.
Por ejemplo, la huelga de la Canadiense en Barcelona de 1919 (una huelga capital para el movimiento obrero catalán, pero que fue también la que obligó a que el gobierno español impusiera la jornada de ocho horas en todo el Estado, no lo olvidemos). Esta huelga no hubiera sido exitosa sino hubiera contado con una retaguardia. Porque igual que vosotros tenéis una caja de resistencia, en los barrios populares de Barcelona había las cooperativas obreras de consumo que, por ejemplo, en aquella huelga aportaron el pan gratis a las familias huelguistas. Fruto de esta acción solidaria, algunas de esas cooperativas entraron en bancarrota, es cierto, pero, al cabo de un tiempo, renacieron con más brío porque su apoyo a los obreros de la Canadiense había disipado las dudas entre los escépticos del movimiento obrero sobre que las cooperativas eran, también, parte de aquel movimiento y que, por tanto, había que potenciarlas también. Y a partir de ahí también se crearon muchas cooperativas de producción para abastecer a las mismas cooperativas de consumo.
En los años treinta del siglo XX, el barrio Sants de Barcelona estaba lleno de cooperativas. Como podéis ver en este plano de Sants, fijaros en sus nombres: Nueva Actividad Obrera, La Redentora, Modelo del Siglo XX, El Amparo del Obrero, La Nueva Obrera, Unión Obrera de Sants, La Igualdad, El Progreso de Sants, Cooperativa Economato Fraternidad Republicana, Farmacia Cooperativa Popular, Cooperativa Economía Social... es decir, los nombres ya nos dicen quién las formaba y qué fines perseguían: una economía no capitalista, si acaso cooperativa. Por desgracia, no lo consiguieron, vino el golpe de estado fascista de 1936, la guerra, y luego cuarenta años de franquismo, todo esto desapareció… o casi todo.
En este sentido, yo creo que existen soberanías estratégicas para construir un nuevo país como son la soberanía del trabajo, la soberanía de los cuidados, la soberanía financiera y monetaria, la soberanía energética, la soberanía alimentaria y la soberanía en telecomunicaciones. Y la ESS es uno de los actores que, modestamente, está contribuyendo a ello.
En Calaluña, en el pasado otoño, cuando el referéndum ya era imparable y luego se planteaba la declaración de independencia, se produjo, como sabéis, una fuga de grandes empresas capitalistas, que desplazaron su sede a Madrid o a otras ciudades fuera de Catalunya. La Xarxa d’Economia Solidària (XES) lanzó un mensaje que decía: “Rompe dependencias, pásate a la ESS; no financies a los que no nos dejan decidir el futuro; no necesitamos Endesa, tenemos SomEnergia; no necesitamos Telefónica, tenemos SomConexió y Güifinet; no necesitamos MRW, tenemos la mensajería Trèvol; no necesitamos Codorniu, tenemos La Olivera; no necesitamos el Banco Sabadell, tenemos Fiare y Coop57...; salgamos del mercado capitalista y formemos el mercado social.”
¿Cuál es uno de los mayores problemas de esta economía todavía pequeñita, y muy frágil que es la ESS? Analizando las cadenas de valor en las que participan las entidades de la ESS, te das cuenta que acaban siendo parte de un proceso productivo donde quien manda, por decirlo muy simplemente, son las grandes empresas transnacionales, y por lo tanto quedan invisibilizadas. Si las entidades de la ESS se van articulando y las personas consumidoras empiezan a consumir con criterios socialmente responsables se articula un mercado alternativo al capitalismo, dentro de sus limitaciones, es la ESS se vuelve mucho mas visible y mucho más fuerte.
Hay muchos pilares para construir la soberanía económica, la ESS es uno de ellos. Pero hay muchos más. Aparte de entidades de ESS y empresas con compromiso social y ciudadano ¿qué más vigas necesitamos para construir esta nueva casa en un sentido económico? Democratizar, socializar y reconocer los cuidados; una banca pública en alianza con las bancas cooperativas que ya existen y que sea así mismo una banca pública ética; empresas públicas (la ESS no puede resolver sola todas las necesidades, por tanto se necesitan también empresas públicas a nivel nacional y, sobre todo, municipal que sean fieles a su nombre); la planificación democrática de sectores estratégicos de la economía (telecomunicaciones, finanzas y moneda, energía...); una renta básica y una renta máxima (como sociedad ¿qué nivel de desigualdad estamos dispuestos a tolerar?); una fiscalidad justa y ecológica; y un marco propio de relaciones laborales. Y por supuesto, también, introducir la participación y el control en los consejos de administración de las empresas capitalistas por parte de los y las trabajadoras; como mínimo, volver a hablar de cogestión en las grandes empresas.
Todo esto son vigas para construir soberanías.
Aunque uno de mis objetivos es construir soberanía económica para conseguir la soberanía política y vivir mejor, por supuesto (porque para vivir con las mismas condiciones de vida me da lo mismo ser una comunidad autónoma o ser un Estado independiente), si no lo consiguiéramos, cualquiera de estas cosas ya puede ayudarnos a vivir con menos desigualdad y con más participación y sostenibilidad. Por tanto, sólo con una de estas cosas ya valdría la pena.