Economía solidaria: un plan de negocio para cambiar el mundo
En la década de 1970, el afán por superar el capitalismo y avanzar hacia una sociedad más justa podía llevar a algunos hasta a empuñar un arma. Hoy, del mismo afán puede salir un DAFO y un plan de negocio.
La economía solidaria, un segmento de la economía social que se plantea abiertamente la transformación social a partir de la actividad económica —la empresa, el consumo— ha dejado de ser una simpática utopía para convertirse en una realidad muy tangible y en expansión. En España ha pasado de facturar 171 millones de euros anuales a 379 en la última década y ha irrumpido en sectores que hace muy poco parecían inalcanzables, como energía, banca y telecomunicaciones a través de cooperativas que empiezan a ofrecer la misma cartera de servicios que las multinacionales, pero con un funcionamiento y unos objetivos en las antípodas.
El sector, que organizativamente bascula alrededor de REAS (Red de redes de Economía Alternativa y Solidaria), tejida en 1995 tras uno de los encuentros Idearia, que se celebran en Córdoba, ha roto además la cáscara del huevo, si es que alguna vez la tuvo, y ha salido al exterior sin miedo a mezclarse para tratar de contagiar a otros: en primer lugar, al conjunto de la economía social —que según cifras oficiales emplea en España a 2,2 millones de personas y genera el 10% del PIB—, pero también a pymes, empresas mercantiles con vocación social y hasta a la misma Administración, sobre todo aprovechando el impulso de la marejada de cambio en las grandes ciudades y con epicentro en Barcelona, que aspira a convertirse en referente internacional de la “economía plural”.
¿Economía bonsai?
La economía social en su conjunto, que en España está representada por Cepes, de la que REAS forma parte, ya tiene por definición características propias que la distinguen de la clásica mercantil: en cooperativas, sociedades laborales, mutuas, fundaciones y asociaciones, el factor central es el trabajo o el fin social determinado en lugar del capital o los dividendos, con lo que el empleo estable es un objetivo prioritario y el eje que estructura toda la actividad, que se organiza de forma más democrática y equitativa.
La economía solidaria quiere ir incluso más allá: aspira a contribuir activamente a un cambio de modelo económico que supere el capitalismo.
Pero la economía solidaria quiere ir incluso más allá: aspira a contribuir activamente a un cambio de modelo económico que supere el capitalismo. Y sin tapujos, como escribe Jordi Garcia, una de las principales cabezas tractoras del movimiento, muy influido por lo que fue el Foro Social Mundial de Porto Alegre, quien advierte del peligro de “conformarse con ser una eterna economía bonsai”: “En estos momentos, resistir no basta. Economía Social y Solidaria tiene otra cara: la de movimiento social. Como tal debemos contribuir más activamente todavía a cambiar el capitalismo por otro sistema económico más justo, más democrático y más sostenible”.
No basta con quedarse satisfecho si la forma jurídica de la empresa es cooperativa, sino que hay que explorar con atención “qué hace, cómo lo hace y qué impacto real tiene”
Para este sector, no basta con quedarse satisfecho si la forma jurídica de la empresa es cooperativa, sino que hay que explorar con atención “qué hace, cómo lo hace y qué impacto real tiene”, en palabras de Xavier Teis, de Coop57, una de las herramientas financieras clave de la economía solidaria, presente ya en seis comunidades autónomas y que gestiona 32 millones de euros. Teis explica que esta cooperativa de servicios financieros no sólo decide si otorga un crédito en función de los criterios bancarios tradicionales —¿lo podrá devolver?— o según el impacto social aislado del proyecto que se financiará —¿es ecológico?—, sino que examina a la empresa en su conjunto con criterios de fondo: “Si una empresa muy solvente nos pide un préstamo para poner placas solares, pero su actividad contamina o tiene diferencias salariales enormes, no se lo daríamos”, explica. Y añade: “La razón de ser de Coop57 es financiar proyectos que ayuden a la transformación social”.
Xavi Palos, fundador de la Xarxa d’Economia Solidària de Catalunya (XES), hermanada con REAS, pone otro ejemplo gráfico: “Imagínate una empresa que fabrica armas y decide transformarse en cooperativa: ¿es una buena noticia? ¿Qué más nos daría?”. Ojo: las relaciones con el movimiento cooperativo —y el conjunto de la economía social— son buenas y una parte sustancial de los actores de la economía solidaria son también militantes del cooperativismo, como el propio Palos, que trabajó más de dos décadas en la mensajería Trèvol y preside la Fundació Roca i Galès de fomento del cooperativismo. Pero desde esta perspectiva, la apuesta cooperativa sería más bien una causa necesaria, pero no suficiente; un punto de partida más que de llegada.
En este esquema cobra especial relevancia la auditoría o balance social: ¿hay canales abiertos para la participación democrática? ¿Cuál es la brecha salarial? ¿Existe equidad de género? ¿Hay vías de conciliación familiar? La actividad de la empresa, ¿beneficia al territorio donde opera?
En este esquema cobra especial relevancia la auditoría o balance social, una herramienta que escudriña las tripas de la empresa para conocer cómo funciona y qué impacto real tiene en la sociedad no desde las rutinas de las auditorías clásicas, centradas en la cuenta de resultados, sino desde esta otra lógica: ¿hay canales abiertos para la participación democrática? ¿Cuál es la brecha salarial? ¿Existe equidad de género? ¿Hay vías de conciliación familiar? La actividad de la empresa, ¿beneficia al territorio donde opera?
Tras años de ensayos, estas auditorías sociales han generado estándares internacionales con indicadores medibles, que luego las organizaciones adaptan a su realidad concreta con herramientas tecnológicas sencillas y a disposición de todas las empresas interesadas a pasarlas. Así consiguen, además, una especie de sello de garantía que, según las encuestas, cada vez reclaman más consumidores.
Todo este edificio de varios pisos (empresas donde no manda el capital, democráticas, equitativas, generadoras de empleo estable y que aspiran a servir también para la transformación social) necesariamente precisa de cimientos sólidos porque de lo contrario se desmoronaría. Es decir: tienen que ser también empresas viables, bien gestionadas y con balances saneados y generadores de excedentes —otra cosa es a qué se destinan—, unas premisas que no siempre todos tuvieron claras en el pasado y que hoy son compartidas. “Esto no va de hippies: todos sabemos que para lograr nuestros objetivos el requisito previo es tener empresas viables y bien gestionadas, aunque con criterios coherentes con lo que queremos conseguir”, subraya Palos.
“No nos asusta ninguna palabra: economía, empresa, mercado, gestión… Le añadimos el adjetivo social porque en el marco hegemónico significan lo que significan, pero tenemos muy claro que hay que hacerlo bien y ser viables como empresas”, remacha Carlos Rey, secretario técnico de REAS.
Educación financiera
Teis admite que los viejos clichés todavía no han desaparecido del todo y tampoco el voluntarismo, pero los progresos son rápidos. Coop57 y Fiare Banca Etica —el referente de banca ética de base cooperativa— están ayudando mucho a avanzar en esta dirección porque no relajan la exigencia a la hora de conceder créditos y, en paralelo, aportan educación financiera al sector. Otra cosa es que incorporan mecanismos que la banca tradicional no ofrece, como los avales mancomunados personales —en los que la garantía se trocea entre toda la base social de la entidad que pide el crédito—, y valoran aspectos como la capacidad de crear redes y la motivación, entre otros.“Aquí no hay buenismo porque prestamos dinero de socios y no podemos perderlo”, insiste Teis, quien subraya que los proyectos sólo podrán abrirse camino si están bien gestionados y demuestran su utilidad sin tener que apelar sólo a la ideología o motivación de los consumidores. Y pone el ejemplo de Som Energia, cooperativa proveedora de energía verde que en apenas un lustro ha superado los 30.000 socios: “¿Por qué tanta gente se hace socia de Som Energia? Porque es ecológica, funciona muy bien y no te sale más caro. Si únicamente fuera más ecológica, no tendría viabilidad”.
Som Energia es uno de los ejemplos emblemáticos de este cambio de rasante de la economía solidaria, que de pronto ha entrado en áreas tan estratégicas como la energía, la banca y las telecomunicaciones, donde Eticom-Somos Conexión, por ejemplo, trata de replicar el modelo en la telefonía. En apenas año y medio suma 2.000 socios y 2.800 contratos, pese a que aún ofrece sólo servicio de móvil y hasta la primavera de 2017 no tendrá ADSL y fijo. Y con la dificultad añadida de que, “a diferencia de la energía, las infraestructuras son todas privadas y hay que entenderse con sus dueños”, recalca Mercè Botella, del equipo de gestión. Pero es optimista: “Costará, pero tenemos una gran oportunidad de alcanzar la soberanía tecnológica”.
“Desde el neoliberalismo se querría confinar la economía social y solidaria al campo de los cuidados o de la atención a los más vulnerables y que no salga de ahí. Obviamente, hay entidades trabajando muy bien en estos ámbitos, pero la economía social y solidaria va mucho más allá, tiene ambición y ha irrumpido en los sectores clave de cualquier economía”, explica Jordi Via, histórico del movimiento hoy al frente del Comisionado de Economía Cooperativa, Social y Solidaria y Consumo del Ayuntamiento de Barcelona.
Mercado social para todo
Esta penetración hacia casi todos los ámbitos de la economía es una de las novedades recientes que mejor reflejan el auge del sector. Hoy prácticamente es posible vivir dentro de la economía solidaria: tener una cuenta corriente y tarjeta de crédito, el seguro, el teléfono móvil, la luz, ir al cine, librerías, editoriales, la cesta de la compra, el abogado, el contable… Piensa algo y casi seguro que ya existe disponible una oferta de la economía solidaria también competitiva en términos convencionales.
Las ferias anuales que se celebran en varias ciudades de España —por la última de Barcelona, en octubre, pasaron ya 21.000 personas, y por la de Madrid, en junio, más de 10.000— son la mejor visualización de este fenómeno: se encuentra de todo. Pero hay algo igual de relevante que simboliza también el cambio de chip: ya se puede vivir dentro de la economía solidaria, sí, pero su objetivo no es quedarse aislado en esta especie de oasis, como si se tratara de un remanso de paz en un mundo hostil, sino que está clara la ambición de salir fuera precisamente para que el mundo deje de ser hostil. Ya hay un “mercado social”, pero la economía solidaria no quiere ser un gueto, sino que se ha lanzado a construir alianzas y sinergias mucho más allá.
Esta actitud exige, necesariamente, enterrar cualquier tentación que pudiera ser percibida como talibán y reconocer los puntos en común con actores económicos muy diversos, incluso convencionales, con los que, sin embargo, puede compartir muchas cosas, especialmente en estos tiempos de globalización neoliberal sin reglas.
Según un estudio reciente de Anna Fernández e Ivan Miró, la economía cooperativa, social y solidaria de Barcelona genera en torno al 8% de la ocupación de la ciudad. La parte estrictamente de “economía solidaria” de este porcentaje es pequeño, pero hay cada vez más alianzas que empujan hacia una misma dirección. Y la apuesta del Ayuntamiento de Barcelona, compartida por el sector, no es sólo que la economía social y solidaria gane músculo, sino sumar actores —autónomos, pymes, empresas comprometidas con el entorno— hacia una economía “más plural, justa, sostenible, equitativa y respetuosa con el medio ambiente”.
El punto de encuentro de esta coalición en construcción, que aspira a involucrar también a empresas mercantiles, es el concepto de empresa ciudadana, habitual en la jerga de la economía social desde hace veinticinco años, y que implica desdibujar la frontera que separa a las cooperativas de las mercantiles con sensibilidad social o al menos no convertirla en un muro. Como dice la Carta de la empresa ciudadana, de 1992, “es ciudadana toda empresa que actúa con un espíritu de codesarrollo con su entorno y se reconoce responsable de su porvenir; que se declara solidaria con el destino de la comunidad donde vive”.
Está claro que el éxito de la economía solidaria no puede medirse únicamente por la cuenta de resultados o la facturación, pero tampoco sólo por el crecimiento del número de cooperativas o de empresas que superan la auditoría social. Ni siquiera por el músculo del sector aislado, por mucho que crezca y se expanda, sino más bien por su capacidad de contagiar al conjunto de la economía, a las políticas públicas y a la sociedad: que el ansia por transformar el mundo lleve a redactar muchos planes de negocio que no lo fíen todo al fervor militante.