El Brexit y la crisis de la izquierda
Asbjørn Wahl, Global Labour Institute 2016/09/18
La mayoría británica en favor de la salida de la UE (Brexit) ha sorprendido, e incluso provocado un shock, a muchas personas. Se discute acaloradamente sobre el resultado y sus causas. Parece que hay una enorme confusión en la izquierda, tanto en Gran Bretaña como en el resto de Europa. En realidad, el resultado del referendum refleja una UE sumida en una crisis existencial, mientras que la discusión indica que la izquierda se encuentra en una profunda crisis política e ideológica.
Desde una perspectiva de izquierda, la campaña británica no estuvo exenta de problemas. La campaña del Brexit estuvo dominada por fuerzas derechistas, y las posiciones contrarias a la inmigración, xenófobas y racistas ocuparon el centro del debate, aunque no de manera tan clara como dieron a entender muchos medios de comunicación. La autodeterminación nacional se presentó como principal motivo para que la mayoría apoyara el Brexit. Y también hubo un movimiento izquierdista organizado en favor de la salida, aunque no fuera muy potente (http://www.leftleave.org).
Lo que está claro es que amplios sectores de la clase trabajdora británica votaron por el Brexit. Sin duda, la xenofobia era un componente importante de este cuadro. Pero sobre todo esto debe entenderse como una reacción ante una política que de manera sistemática y con pocas excepciones ha minado los salarios y las condiciones laborales, derechos sindicales y sociales de los trabajadores. Este es el resultado de las políticas de la UE y de las agresivas políticas neoliberales aplicadas por los gobiernos británicos. El masivo apoyo de los trabajadores al Brexit fue, en consecuencia, sobre todo una protesta contra “el establishment”. Quienes habían perdido más por las políticas neoliberales dieron un tortazo a la elite.
Entonces, ¿por qué la UE pierde tanto apoyo popular en todas partes? Para entenderlo tenemos que examinar atentamente su rol y naturaleza. En la primera fase (durante la Comunidad Europea del Carbón y el Acero y la Comunidad Económica Europea – CEE), los países miembros se caracterizaban por la reconstrucción posterior a la II Guerra Mundial, el compromiso entre clases de la posguerra, las políticas económicas keynesianas (la tradicional política reguladora socialdemócrata) y un crecimiento económico estable. Ya en el Tratado de Roma (1957), no obstante, se estableció que las libertades de mercado debían constituir la base para formar la CEE.
Más adelante, en los años 70, el capitalismo global entró en una profunda crisis, y las principales fuerzas económicas y políticas empezaron a alejarse del compromiso entre clases; abolieron la regulación del mercado y del capital; se decidieron por un neoliberalismo cada vez más agresivo, con privatizaciones, políticas de austeridad, desempleo al alza y una masiva redistribución de la riqueza de las clases sociales bajas a las más altas. La falta de instituciones y tradiciones democráticas en la UE hizo posible que se introdujeran en Gran Bretaña políticas neoliberales más extremas que en el resto de países miembros, con una tradición democrática más fuerte. Por ello, la UE ha llegado ahora a un punto en que no solo el socialismo, sino incluso el keynesianiso, están prohibidos por ley. El neoliberalismo está constitucionalizado e institucionalizado como modelo económico europeo.
Tras la crisis financiera de 2008, las reaccionarias políticas de austeridad de la UE se reforzaron, mientras que adoptaron formas cada vez más autoritarias, institucionalizadas mediante nuevos acuerdos y pactos. Las duras intervenciones contra los países más afectados por la crisis (Grecia, Irlanda, España, Portugal e Italia) ilustra esto de la manera más cruda. La abolición del estado de bienestar y la derrota del movimiento sindical se han convertido ahora en partes intrínsecas de las instituciones y políticas de la UE. Además, la Unión ha hecho virtualmente imposible dar marcha atrás a este proyecto, exigiendo el consenso entre todos los países miembros para cambiar los tratados vigentes.
Por tanto, el neoliberalismo institucionalizado de la UE solo puede anularse mediante movilizaciones y confrontaciones masivas.
Es esta UE la que una mayoría de británicos ha decidido abandonar. Un proyecto imposible de reformar desde dentro por métodos democráticos ordinarios. Y la izquierda está fracasando a la hora de plantear una política común ante esta UE. Durante demasiado tiempo el brazo sindical y político del movimiento obrero ha tenido esperanzas en torno a una UE como “Europa Social”. No solo la socialdemocracia, que ha contribuido a construir la actual UE, cada vez más autoritaria y neoliberal, sino también la mayoría de partidos a la izquierda de la socialdemocracia y la Confederación Europea de Sindicatos (CES), una de las organizaciones más partidarias de la UE en el movimiento obrero europeo.
En esta confusión política, sectores de la izquierda están creando un peligroso mito, el de que una salida de la UE (o del euro) solo reforzará el nacionalismo y la derecha. Muy al contrario, las salidas de la Unión deben estar entre los importantes y necesarios instrumentos si de verdad queremos debilitar la UE como reducto autoritario y neoliberal. No son los movimientos partidarios de la salida de la UE los que han creado y potenciado partidos de extrema derecha en tantos países europeos. No son los movimientos pro salida los que han llevado al gobierno a la extrema derecha en Hungría y Polonia (casi en Austria). Son las políticas de esta UE las que dividen a los pueblos de Europa. Son las mismas políticas las que alimentan a la extrema derecha. En consecuencia, el descontento con las políticas de la UE y la sensación de impotencia se está extendiendo entre los pueblos de Europa, con razón.
En esta situación, las fuerzas políticas de izquierda, con sus ilusiones, se han situado en una posición en la que ni son capaces de organizar la resistencia política de la gente cabreada, ni de encauzar su expresión política. De esta manera se le da a la extrema derecha el monopolio de movilizarse contra la UE. Esta extrema derecha, por supuesto, no dirige su resistencia contra las fuerzas que están tras los ataques neoliberales de la UE, sino contra otros colectivos de la sociedad (inmigrantes, musulmanes, personas de color diferente, etc.). Cuando personas de izquierda votan por permanecer en la UE, “antes de que les mezclen con racistas y con la extrema derecha”, dejan igualmente en manos de la extrema derecha el monopolio de la resistencia contra la reaccionaria UE.
Por supuesto, una salida de la UE o del euro no puede ser la demanda prioritaria de un movimiento izquierdista. Las fuerzas de izquierda deberán desarrollarse mediante luchas en favor de intereses. Sin embargo, la cuestión de la salida se actualizará inmediatamente, en la medida en que las instituciones y tratados de la UE son en la práctica barreras para poder hacer realidad nuestras reivindicaciones (esto queda en evidencia con el caso del gobierno de Syriza, que fue obligado a optar entre combatir la austeridad y permanecer en la eurozona, y acabó administrando las políticas de austeridad, como una “administración colonial”, en palabras de J. K. Galbraith). Renunciar a la lucha por nuestras principales reivindicaciones basadas en nuestros intereses para permanecer en las instituciones de la UE debería ser tabú.
La estructura y funcionamiento de la UE levantan barreras contra la movilización simultánea de la resistencia en toda Europa. Por ello, la lucha por una Europa democrática y social(ista) tiene que adoptar una estrategia flexible en la que se cuente con instrumentos como la desobediencia civil o la posibilidad de salida -tanto del euro como de la UE- de determinados países o grupos de países. En consecuencia, el desarrollo de una política de salida internacionalista y de clase es posible y necesario. Se trata de ofrecer un contexto y un relato. Las políticas e instituciones de la UE son un obstáculo para ir hacia una Europa unida y para la democratización del continente.
Por ello es importante que la UE autoritaria y neoliberal no siga acumulando poder e influencia. Desde una perspectiva de izquierda radical el Brexit supone un estímulo, a pesar de que la xenofobia de extrema derecha haya ocupado tanto espacio. Por supuesto, este fenómeno plantea un desafío aún mayor a la izqueirda. Ahora es inevitable que las fuerzas izquierdistas aprovechen la oportunidad que les da el Brexit para pasar a la ofensiva, confrontar con los intereses capitalistas, reforzar la democracia y desarrollar una unidad popular real más allá de las fronteras en Europa. La UE realmente existente constituye una barrera para una Europa unida.