Las raíces “naturales” de la violencia sexista
Jone Bengoetxea, ELA-Genero Berdintasun Politikak eta Inmigrazioa
¿Es natural que los salarios de las mujeres sean más bajos? ¿Es natural que los trabajos que realicen las mujeres valgan menos social y económicamente que los realizados por los hombres? ¿Es natural que los hombres sean más sexuales que las mujeres? ¿Es natural que todas las mujeres quieran ser madres? ¿Es natural que las mujeres se consideren emocionales y los hombres racionales? ¿Es natural que las mujeres trabajen como empleadas de hogar y los hombres como transportistas?... ¿Qué es lo natural?
No es casual la insistencia de estas preguntas, ya que desde la supuesta neutralidad de lo considerado como natural se sustentan los cimientos de la violencia machista ejercida contra las mujeres. Así, a bote pronto, puede generar distintas reacciones. Pensar que tantas cosas que consideramos como naturales y normales en realidad no lo son, descoloca, crea incertidumbre, incluso puede llegar a enfadar. Pero es un ejercicio de obligado cumplimiento si realmente queremos ir a las raíces, al fundamento de la violencia ejercida contra las mujeres por el mero hecho de serlo.
Si tiramos de esas raíces profundas podremos llegar a desentrañar esas supuestas creencias, valores y verdades naturalizadas que impregnan nuestra sociedad y que hacen que se perpetúe un sistema de dominación basado en la subordinación de las mujeres: el patriarcado. Ese sistema es parte de nuestro ADN que reproducimos en el día a día y en el cual nos socializamos. La lógica patriarcal forma parte de nuestra subjetividad y por eso, a veces ni se ve ni se toca; por tanto, no genera un conflicto visible. Ahí entra la dimensión simbólica de la violencia.
Desde el mundo sindical también advertimos cómo el mundo laboral es un claro escenario de reproducción social patriarcal. El mismo se encarna en el eje de la división sexual del trabajo, a partir del cual se da por hecho que existen trabajos asignados a hombres y otros a mujeres con diferente reconocimiento social y económico. Todo ello bajo la capa del orden natural de las cosas.
Pero las cosas a veces no son lo que parecen ser; las cosas se significan en un determinado orden simbólico y de valores creados. Y en ese imaginario social tanto hombres como mujeres aprendemos dónde tenemos que estar y qué nos corresponde en base a nuestra diferencia biológica. Esa diferencia biológica es la que precisamente justifica la diferencia social, convierte en natural esa desigualdad estructural entre mujeres y hombres, y abona el terreno a la violencia sexista.
Es difícil, sí. Revisar y reformular creencias, supuestas verdades y “lo natural” en lo que al orden de género se refiere implica un cambio de paradigma, así como un cambio personal y colectivo de calado. Y las rupturas nunca son fáciles, pero es desde ahí y no desde la superficie desde donde podremos transformar nuestro imaginario y nuestros sentires en torno a dónde y cómo estamos o queremos estar mujeres y hombres en la sociedad.
Así, llega el 25 de noviembre, día Internacional de la violencia contra las mujeres. Día en el que sale a la calle y a la luz pública esta realidad. Cada año no nos cansamos de repetir y denunciar hasta la saciedad las nefastas consecuencias que el patriarcado tiene en nuestras vidas, sobre todo en las de las mujeres. Este año han sido asesinadas cuatro mujeres en Euskal Herria e innumerables son todas las expresiones visibles e invisibles de esta lacra.
Aún queda mucho por arrancar y desentrañar, pero es una obligación para quien quiera erradicar la desigualdad estructural de género y, en consecuencia, la violencia sexista. Nuestras vidas lo merecen.