(Maltzaga IV) Soberanismo: ¿punto de partida?
Xabi Anza, Responsable de formación de ELA
Urge definir y compartir cuál es el punto de partida de un proceso soberanista. Por punto de partida me refiero a la realidad desde la cual debemos empezar a pensar el propio proceso.
Puede parecer una obviedad, pero no necesariamente lo es. No pocas veces los análisis políticos parten del deseo y de la voluntad, más que de la realidad. A mí por ejemplo, si me preguntasen cómo quiero que sea el proceso soberanista, diría, sin lugar a dudas, lo siguiente:
1. Yo quiero un proceso basado en la bilateralidad: respetado por un estado democrático que asume la consulta a sus naciones. Es decir, un proceso como en Escocia.
2. Lo quiero desde la unidad, desde el acuerdo de quienes defendemos el derecho a decidir de Euskal Herria. Es decir, como en Cataluña.
3. Quiero un proceso institucional: legitimado e impulsado por la amplísima mayoría de electos que apoya el derecho a decidir. Es decir, como en Eslovenia, o también en Cataluña.
4. También me gustaría que fuese interclasista. Es decir, que incorporase las demandas de todo el cuerpo social en términos de protección, servicios públicos, modelo productivo y de cultura, un espacio de “eficiencia compartida” beneficiosa para toda la sociedad. Es decir, como la reunificación alemana.
5. Y, evidentemente, quisiera un proceso soberanista en el que se incorpora toda Euskal Herria.
Eso es lo que me gustaría. Pero… ¿esto es lo que hay? Yo creo que no, ni mucho menos.
1. En primer lugar, tenemos que no hay bilateralidad. El estado español no va a reconocer nuestro derecho a decidir, a consultar o a permitir que modifiquemos nuestro estatus político de dependencia y sumisión. No somos Escocia y España no es el Reino Unido.
2. En segundo lugar, tenemos que, de partida, no tenemos una unidad de acción entre los que defendemos el derecho a decidir. Si miramos a los partidos, una parte de quien defiende el derecho a decidir (PNV) ha decidido que cualquier cambio en el estatus político vasco hay que hacerlo con el acuerdo al menos o del PSOE o del PP, es decir, sin derecho a decidir. Otra fuerza de amplia representación (como Podemos-Ahal Dugu) dice que el cambio vendrá de la mano del cambio político en España.
3. En tercer lugar, nada apunta a que se vaya a liderar un cambio de estatus político desde las instituciones. El debate no está en Navarra. Por enésima vez en la CAPV se ha decidido activar la ponencia de autogobierno, esta vez de la mano de PSE, Podemos y PNV. No somos Cataluña.
4. No hay mimbres para un proceso interclasista. Lo que hay es una mayoría neoliberal aplastante, en Nafarroa, en la CAPV y en Iparralde, favorable al recorte de derechos sociales. Tampoco hay un proyecto de país mínimamente compartido sobre cuestiones centrales (soberanía energética, alimentaria o financiera, transportes, I+D, política industrial…). Y en lo que a cultura y lengua se refiere hay una mayoría españolizante innegable (ver la situación del euskara, ver los datos de audiencias en TV o radio…); hay una minoría etnocida muy poderosa, muy influyente, y hay un universo euskaldun que siendo minoritario es relevante, aunque se siente frágil y falto de instrumentos y horizontes en gran medida (por decirlo de una manera suave). Hay, que no somos Alemania.
5. Y pensando en toda Euskal Herria… hay 7 territorios, 3 ámbitos administrativos, 2 estados, 2 gobiernos autonómicos, 3 gobiernos forales, 1 mancomunidad recién estrenada, 3 lenguas, una historia complicada, relatos a tutiplé… Tenemos un lío territorial importante.
Yo creo que el universo soberanista vive en un espejismo. El espejismo consiste en pensar que la aritmética parlamentaria de Gasteiz favorable al derecho a decidir (PNV, EH-Bildu, Podemos) es una auténtica mayoría política por un proceso soberanista. Algo así como una hegemonía potencial a la que simplemente le falta la determinación de activarse a sí mismo.
Pero yo creo que no. No hay una mayoría soberanista en las instituciones, y aunque la haya, en las instituciones hay varias mayorías y varías minorías.
1. Hay una mayoría minoritaria (PNV, Podemos) a favor de una bilateralidad que no existe; y hay una minoría vasca (PP, PSE) mayoritaria en Madrid a favor de la unilateralidad española, que es lo que realmente existe.
2. Hay una mayoría institucional aplastante por el neoliberalismo (PNV, PP, UPN, PSOE, GeBai…) en Gasteiz, en Iruñea y en Madrid.
3. Hay una mayoría institucional, mediática, cultural… por el modelo españolizante y una minoría euskaldun muy castigada.
4. Hay una mayoría institucional a la que no le gusta que la gente se organice (en movimientos sociales, sindicatos…) en dinámicas contestatarias y ponga un brete el propio sistema institucional (PNV, PSOE, PP, UPN…).
5. Hay muy diferentes concepciones de la territorialidad, y sobre todo, muy diferentes correlaciones de fuerzas del soberanismo en cada territorio.
Por eso, si nuestro análisis es correcto, a la hora de imaginar hoy un eventual proceso nacional deberíamos asumir que el soberanismo de partida:
1. Es minoritario, muy minoritario, si lo consideramos institucionalmente
2. Debe ser unilateral, sin un estado favorable
3. Que en principio no va a gozar del apoyo de todas las fuerzas políticas que podrían apoyarlo en teoría o incluso lo apoyarán en otra fase.
4. Que va a ser eminentemente social, no institucional, al menos por el momento
5. Que territorialmente va a ser, cuando menos, muy desigual
El principio de realidad nos obliga a asumir que los mimbres de partida para el proceso soberanista resultan hoy precarios. Mucho más precarios que lo que nos permite imaginar el espejismo aritmético institucional y representativo.
Pero, siendo lo anterior una importante desventaja, ese proceso, de partida, también tiene sus puntos fuertes:
1. Que, siendo minoritario en lo institucional, es mayoritario en lo sindical y muy consolidado en lo social (ELA, LAB, Carta de Derechos sociales)
2. Que, siendo unilateral, incorpora demandas democráticas universales como la soberanía, participación, decisión… Esas demandas lo hacen susceptible de poder llegar a un gran público
3. Y que al ser social y no sostenido por abundantes siglas políticas, no tiene las restricciones impuestas por el interclasismo, por las oligarquías, por las direcciones de los partidos o por la propia lógica institucional. Dicho de otra manera: al ser social puede hacer de los vectores de clase, feminista, ecologista, democrático, euskaldun, vectores fundamentales de acumulación de fuerzas que de otra manera no podría incorporar. Y al incorporar esos vectores, puede hacer del soberanismo una dinámica atractiva para las bases sociales y electorales de todos los estancos políticos.
A alguien le parecerá poco. Es cierto que es bastante menos de lo que el espejismo institucional y representativo permite imaginar. Pero me parece que es lo único real y, por lo tanto, el único punto de partida posible.
Quizá esté en lo cierto, o quizá no. En cualquier caso, creo que no hay proceso soberanista sin un consenso sobre el punto de partida. Urge, creo, debatir los cinco puntos (y otros, posiblemente) apuntados al inicio del artículo
1. ¿Hay bilateralidad con el estado?
2. ¿Es posible a día de hoy la unidad de los que defienden el derecho a decidir (Maltzaga)?
3. ¿Lo van a liderar las instituciones?
4. ¿Puede ser, de partida, interclasista?
5. ¿Puede abarcar a todo el territorio?
Y tenemos que elevar a definitivas las respuestas que demos a esos interrogantes, y actuar en consecuencia.