Trabajo y cooperación
José Manuel Naredo, Economía, poder y Política, Ed. Díaz&Pons, 2013 (tienes el libro disponible en nuestra biblioteca: pincha aquí)
[...] Con el desarrollo del capitalismo se impuso la idea de trabajo como categoría medible en unidades de tiempo homogéneo, englobando el conjunto de actividades que se realizan para obtener una contrapartida —generalmente monetaria—, siendo la relación de trabajo asalariado la más común y crecientemente extendida. Esta noción adquirió pretensiones de universalidad junto a las otras categorías que dieron vida a la idea usual de «sistema económico» en el siglo XVIII. Para afianzar este concepto se desarrolló una mitología que lo presentaba concebido como la única actividad sobre la que podía apoyarse la idea del «sistema económico», ignorando el papel que ejercían o podían ejercer otras formas de actividad humana guiadas por libres afanes de cooperación, de contacto social más o menos solidario o, incluso, por el simple placer de realizarlas, sin exigir contrapartidas inmediatas.
Se consideraba que las actividades libres podían ser tanto o más creativas que aquellas otras dependientes o forzadas que alberga la idea de trabajo
Esta mitología consideró el trabajo como la única fluente de producción cuando antes, en el mundo antiguo, no se asociaba biunívocamente el opus o producto a las actividades dependientes y/o penosas que hoy denominamos como tal, ya que se pensaba que la obra o producto podía ser también fruto de la naturaleza o del ocio creador —otium—. No sólo no se mantenía la actual dicotomía ocio-trabajo, que otorga al ocio un sentido totalmente improductivo y parasitario frente al trabajo como única fluente de creación, sino que se consideraba que las actividades libres podían ser tanto o más creativas que aquellas otras dependientes o forzadas que alberga la idea de trabajo. El ensayo que Iván Illich tituló de forma provocadora El derecho al desempleo útil apunta en el mismo sentido de revalorizar la posible dimensión creativa de actividades que escapan a la noción habitual de trabajo.
La evolución del lenguaje refleja la generalización por todo el cuerpo social de relaciones de trabajo dependientes que en otro tiempo se veían como un atentado a la dignidad de las personas libres
Así, las actividades que la economía estándar engloba bajo la denominación de «trabajo» —es decir, las que se realizan para obtener una inme diata contrapartida monetaria o monetizable— coinciden con aquellas que los pueblos de la Antigüedad consideraban impropias de personas libres, como lo confirma el significado originario de los términos que hoy se emplean para designarlo. En efecto, la evolución del lenguaje refleja la generalización por todo el cuerpo social de relaciones de trabajo dependientes que en otro tiempo se veían como un atentado a la dignidad de las personas libres. [...] De esta manera resulta en extremo engañoso que se pretenda construir una sociedad de individuos libres a base de someterlos mayoritariamente a las servidumbres de un trabajo dependiente, de considerarlos mera «fuerza de trabajo» o «capital humano», con la diferencia respecto a la esclavitud de que ahora los usuarios del mismo no se comprometen ya a cuidarlo, ni a amortizarlo.
Cuando se generalizó más que nunca la necesidad de dinero para vivir, y cuando para esa mayoría de individuos carentes de fortuna el trabajo asalariado aparece como la única fuente de ingresos, el sistema limita cada vez más las posibilidades de empleo asalariado
Y he aquí que cuando se generalizó más que nunca la necesidad de dinero para vivir, y cuando para esa mayoría de individuos carentes de fortuna el trabajo asalariado aparece como la única fuente de ingresos, el sistema limita cada vez más las posibilidades de empleo asalariado, condenando al paro a buena parte de la población, lo cual refuerza la posición negociadora de las empresas, afianzando las relaciones de dominación y la precarización de las condiciones de trabajo. El repliegue ideológico asociado a esta evolución se traduce en que los pobres han pasado de pedir pan a pedir trabajo, y en que el antiguo «burgués insaciable y cruel» de la canción pasó a erigirse en bondadoso «creador de puestos de trabajo». Así, no tiene nada de extraño que el actual liberalismo respetuoso de la ideología económica dominante no consiguiera liberar a los individuos de las relaciones de dominación y dependencia ni del desprecio hacia aquellos que realizan las tareas más duras y menos retribuidas, presentes en sociedades jerárquicas anteriores, sino racionalizarlas y mantenerlas bajo nuevas formas.
¿Qué sentido tiene hablar de sociedad civil sin advertir que esta expresión incluye a grupos empresariales que hoy tienen más poder que los Estados y que se sirven de ellos para asegurar pingües negocios, controlando a su medida las reglas del juego económico?
Para completar el panorama se añade un segundo engaño político ya apuntado. Es el que consiste en presuponer que la división usual de poderes y el pluralismo de los partidos, con sufragio universal, evitaría que la acumulación de poder alcance cotas socialmente indeseables, a la vez que se presupone que la «mano invisible» del mercado transmuta en beneficio de la comunidad el egoísmo pecuniario de sus contendientes. Estos artificios democrático-mercantiles no han logrado evitar que las personas se vean diariamente sometidas a relaciones de dominación y dependencia, dando lugar a una sociedad cada vez más polarizada. Lo que sí han conseguido es mantener indiscutidos los dos tipos de organización que hoy ejercen el poder sobre las personas —las empresas y los partidos— invisibilizando y simplificando el resto del cuerpo social. También facilitaron desplazamientos del poder imprevistos por los pensadores que diseñaron los contrapesos democráticos del mismo, pues la realidad no tiene costuras y el poder se solapa normalmente con la riqueza, estableciendo estrechas simbiosis entre políticos conseguidores y empresarios que se benefician de sus buenas relaciones políticas.
Facilitar medios que permitan a las personas valerse por sí mismas mediante formas de actividad —individuales, familiares, cooperativas o en red— que escapen a la lógica empresarial capitalista
La consideración de las ideas de «mercado» y «sufragio» como panaceas constituye la piedra angular de la nueva coartada que justifica que políticos y empresarios den rienda suelta a sus afanes de poder y de lucro al margen de todo freno moral, favoreciendo la pérdida de cohesión social y de la desatención de la esfera comunitaria que resultan cada vez más preocupantes.
Los viejos esquemas ya no sirven para esclarecer semejantes paradojas, especialmente cuando los principios libertarios están siendo masacrados por organizaciones empresariales y políticas que enarbolan con oportunismo la bandera liberal para mejor acrecentar su poder y su negocio sobre la mayoría de la población. Las palabras y los conceptos comúnmente utilizados se desgastan y resultan cada vez más engañosos. En España, cuando creíamos haber escapado al autoritarismo franquista se consolidó otro menos visible y más poderoso que escapa al conflicto entre dictadura y democracia, o entre sociedad civil y Estado. ¿Qué sentido tiene hablar de sociedad civil sin advertir que esta expresión incluye a grupos empresariales que hoy tienen más poder que los Estados y que se sirven de ellos para asegurar pingües negocios, controlando a su medida las reglas del juego económico? O ¿cómo cabe seguir utilizando el término «empresario» en un sentido neutro o indiscriminadamente positivo, cuando abunda el manejo instrumental de empresas para incrementar su patrimonio y enriquecerse arruinando a otros, que se desliza con facilidad por la pendiente de los negocios especulativos, inmorales, hasta ilegales en los que el empresario se transforma en una verdadera «plaga social»?
Se aprecia que no tiene por qué resultar deseable aumentar los puestos de trabajo, cuando este aumento corresponde a tareas penosas, degradantes o antisociales y que se deberían arbitrar formas de redistribución de ingresos que garanticen una vida digna a las personas con dificultades
Parece como si ya no existieran los afanes creativos del empresario innovador expuestos por Schumpeter y la actividad económico-empresarial estuviera sólo movida por el ciego empeño de hacer dinero, sin condicionantes éticos o institucionales que eviten que se vuelva destructiva para el conjunto social. La gran contradicción del momento es que cuando el reduccionismo pecuniario había extendido enormemente su influencia y la vida de la población depende más que nunca del dinero y los salarios, el sistema escatima estos últimos condenando al paro y a la penuria a buena parte de la población. El empobrecimiento del tejido económico y social es tan acusado hoy día que dificulta las posibles salidas a esta situación de emergencia. Sorprende que haya alguien que, sin ser capitalista, trate de producir algo y lo haga desde presupuestos diferentes, cooperativos y respetuosos con el entorno en el que se desenvuelve, y cuando esto ocurre nos damos cuenta de que la sociedad, no ofrece un marco propicio para ello. [...] Esta situación sugiere utilizar los recursos públicos, no sólo para paliar las secuelas del paro y promover con escasa eficacia un empleo asalariado generalmente precario, sino también para facilitar medios que permitan a las personas valerse por sí mismas mediante formas de actividad —individuales, familiares, cooperativas o en red— que escapen a la lógica empresarial capitalista, desenganchándose lo más posible de ese trabajo asalariado que el propio capitalismo les escatima.
Para ello habría que visualizar todas las actividades a las que las personas destinan o pueden destinar su tiempo, y no sólo aquellas que se contemplan y registran en las estadísticas desde el prisma deformante del trabajo. Y habría que separar entre ellas el grano de la paja, distinguiendo el carácter más o menos gratificante o pénoso que conllevan para aquellos que las realizan, viendo si son más o menos interesantes o dañinas para la sociedad o para el entorno, o cómo están retribuidas. Desde este panorama más amplio se perciben evidencias que permanecían ocultas en ese cajón de sastre del trabajo. Se ve que interesaría promover las actividades más gratificantes y socialmente deseables, no las penosas, ni las social y ecológicamente degradantes, con independencia de que estén o no retribuidas. Igualmente se aprecia que interesaría compartir y retribuir mejor las actividades penosas socialmente necesarias y desdotar o penalizar aquellas dañinas —asociadas, por ejemplo, a la especulación, la corrupción, el juego, la drogadicción, etc.—. En cualquier caso, se aprecia que no tiene por qué resultar deseable aumentar los puestos de trabajo, cuando este aumento corresponde a tareas penosas, degradantes o antisociales y que se deberían arbitrar formas de redistribución de ingresos que garanticen una vida digna a las personas con dificultades, siguiendo los consejos de autores que advirtieron temprañamente las posibles contradicciones entre des igualdad y libertad.