Violencia contra las mujeres
A nuestro alrededor, y cada vez de manera más frecuente, las mujeres vemos, vivimos y/o estamos en peligro de padecer una serie de situaciones que ponen en peligro nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra integridad personal y/o nuestra libertad de pensamiento y movilidad.
Estas situaciones pueden adquirir algunas veces la forma de actos violentos pero con más frecuencia toman forma de palabras que nos descalifican y humillan. Esos hechos que son tan cotidianos no suelen aparecer en las primeras planas de los periódicos más que cuando se llevan al extremo de ocasionar la muerte o daños que nos ponen a las puertas de la muerte.
Novios, esposos, compañeros de vida, amantes, exnovios, excompañeros de vida, examantes, exmaridos, son los responsables de estos actos que se producen y sirven –tanto por sus intenciones como por sus efectos- para manifestar el poder y el control masculino.
En estas situaciones de violencia uno de los factores de riesgo lo constituye la socialización de género que acepta el desarrollo de comportamientos y sentimientos opuestos en mujeres y hombres, que se sustenta y reproduce relaciones de subordinación de las unas frente a los otros, y se asienta en una devaluación cultural de lo femenino.
Esta socialización genérica, un complejo proceso cultural y no una mera consecuencia de las diferencias biológicas entre los sexos, ha llevado a que a la violencia que las mujeres vivimos a manos de los hombres se le llame violencia de género. Esta denominación está siendo cada vez más difundida por los medios de comunicación y las instituciones, pero es confusa, a veces sólo la entienden las personas que conocen y/o manejan el concepto género. Pero también tiene una intencionalidad política ya que en su ambigüedad oculta a los responsables de estos actos.
La responsabilidad de la violencia es de quien la ejerce. El colectivo masculino es el que tiene un problema con el manejo de la agresividad y su expresión en las relaciones afectivas con las mujeres. El colectivo femenino tiene otro problema: no protegerse, no conocerse, no defenderse y diluir sus intereses y necesidades en las relaciones afectivas que establece con los hombres. Pero cada grupo social tiene problemas diferentes y reconocerlo llevará a que cada uno pueda responsabilizarse de sus carencias y que se generen políticas sociales adecuadas y discursos culturales claros.
La violencia es un problema de los hombres. Son ellos quienes no se controlan, quienes creen que un golpe o una paliza resuelve una situación, son ellos quienes por siglos han creído que tienen derecho sobre la vida y la muerte de sus parejas y de las mujeres en general. Los hombres que ejercen violencia contra las mujeres con quienes han establecido una relación amorosa creen que es responsabilidad de ella controlar los actos de él; saber tratarlo como a él le gusta; procurar que él no pierda la paciencia; detenerse ella cuando él la está perdiendo; calmarlo cuando él se enfada; adivinar lo que él piensa; intuir lo que él siente; prevenir las agresiones de él contra ella...
La imagen de un hombre que no se puede controlar por sí mismo, que es incapaz de controlar “sus instintos” porque es agresivo “por naturaleza” constituye uno de los prototipos más extendidos de la masculinidad. Afortunadamente, cada día existen hombres que cuestionan esta percepción pero no deja de ser predominante en el imaginario colectivo y a ella se siguen aferrando tanto hombres como mujeres.
Este prototipo de masculinidad es un factor de riesgo: para las mujeres y los niños y niñas; en la relación con otros hombres; para los propios hombres. Los hombres son responsables de su falta de control cuando maltratan y tienen por delante la tarea de cuestionar este modelo de masculinidad y oponerle comportamientos adecuados.
Las mujeres que viven situaciones de malos tratos piensan que es su culpa o que, aunque no lo sea, ellas tienen la responsabilidad de detener esa situación porque creen, equivocadamente, que ellas son capaces de hacer cambiar a cualquier persona, incluido un hombre adulto; que tienen la obligación de tolerar, comprender, esperar, intentar de nuevo, dar otra oportunidad, justificar, callar, acumular el enfado y, mejor aún, no sentirlo, intentar nuevas conductas, someterse, seguir pensando que pueden...
La idea de la mujer capaz de cambiar a las personas que le rodean, por amor, abnegación y renuncia a sus deseos tiene una fuerza inmensa entre las propias mujeres y, por supuesto, en el resto de la sociedad. Conforma un prototipo de feminidad que hace años empezó a ser cuestionado por el movimiento feminista pero que aún conserva vigencia. Prototipo de “buen comportamiento” que exige a las mujeres que sean capaces de responder a todas las necesidades emocionales de su entorno (omnipotencia en su relación con otras personas) negando sus propios sentimientos y siendo incapaz de manejarlos (impotencia en su relación consigo misma).
Este prototipo hace que las mujeres no se entiendan, no reconozcan sus sentimientos, se sientan confundidas y toleren el primer golpe y el segundo y el tercero y... un año, dos, tres... veinte, veinticinco... Todo por cumplir la expectativa social que les dice que una buena mujer no se queja, aguanta y se resigna y que si se siente mal porque por más esfuerzos que hace la relación no cambia, la culpa la tiene ella. Porque si ella quisiera... todo sería diferente.
Con estos prototipos de masculinidad y feminidad a cuestas, hombres y mujeres se lanzan a la tarea de formar una pareja y una familia. ¿Las consecuencias? En los casos más extremos, la muerte de miles de mujeres en el mundo. Pero hay mucho sufrimiento oculto que se genera desde la incapacidad para romper con estos prototipos de mujer y hombre, de resistir las presiones sociales a mantener las relaciones sin cambio, de no ver alternativas a la rebeldía, de poseer escasas herramientas para resolver los conflictos de la vida y las relaciones personales...
Frenar este sufrimiento es una tarea personal pero, sobre todo, colectiva, social, que requiere medidas urgentes, políticas de corto, mediano y largo plazo y transformaciones de lo que significa ser mujer, ser hombre y de lo que se espera de las relaciones entre unas y otros.