Los musulmanes son los nuevos judíos

2015/11/17
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A la gente buena y sensata de hace dos siglos, de hace un siglo, de hace solo 70 años, le parecía lo normal y lo moral perseguir o justificar la persecución de los judíos; nuestra normalidad y moralidad a la hora de tratar hoy el islam y a los musulmanes debería alertarnos sobre las grandes violencias que estamos incubando.

IslamofobiaEstos son algunos extractos imprescindible del libro de Santiago Alba Rico "Islamofobia. Nosotros, los otros, el miedo", publicado en 2015, en la sección Más Madera de la editorial Icaria.

Tenemos el libro en la Fundación si lo queréis

La islamofobia como problema comienza cuando para los medios, los políticos y los intelectuales el Estado Islámico se convierte en "la gran amenaza para Occidente", valga decir para el mundo entero, mientras el Estado de Israel, mucho más amenazador para la paz mundial, o la teocracia saudí o los propios bombardeos de los EE.UU. aparecen como garantes de la democracia y bastión contra el fanatismo. El problema es la islamofobia y no el islam.

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El problema es la islamofobia y no el islam

En septiembre del 2002 estuve en el Líbano, con ocasión del 20 aniversario de las matanzas de Sabra y Chatila, y acudimos en Beirut a una Asociación de Mujeres gestionada por Hizbullah y dedicada a impartir enseñanzas y prestar protección y asesoramiento a las jóvenes chiíes del barrio. Yo asistía al encuentro en calidad de intérprete como único hombre en un grupo de mujeres del Estado español a las que preocupaba particularmente la cuestión de género, pero escasamente familiarizadas con el mundo árabe y el islam. Y creo que todos nos quedamos muy sorprendidos, y hasta desarmados, ante las maneras y el discurso de nuestra anfitriona, la directora del centro, una «fanática fundamentalista», perteneciente a un grupo «terrorista», que eliminó inmediatamente todas las distancias —con su manera franca de abordar los temas más comprometidos— y nos impuso incluso una suave superioridad política e intelectual. La imagen preconcebida de una «fundamentalista» encerrada en la Edad Media chocó con la de esta mujer muy culta, muy preparada, muy acostumbrada a tratar en pie de igualdad con hombres e imponerles su criterio; una mujer que conocía nuestra cultura y nuestras fuentes mucho mejor —claro— de lo que nosotros conocíamos las suyas y que aceptaba con mucha más naturalidad que nosotros la «diferencia,) del interlocutor. Esta mujer (le pido disculpas por haber olvidado su nombre) llevaba cubierta la cabeza con un velo. Y le preguntamos, claro, por la cuestión del velo, todavía con una cierta condescendencia etnocentrista, desde la posición un poco arrogante de las «liberadas» occidentales. Su respuesta fue más o menos la que sigue:

"El velo es una elección estratégica. Para quitarnos el velo primero tenemos que ponérnoslo"

Vivimos en una sociedad muy machista y eso no tiene que ver, o no solo, con el islam. Con arreglo a las representaciones de esa sociedad, la mujer pertenece a la naturaleza y el hombre a la cultura y el paso de la naturaleza a la cultura está reglado también por mecanismos muy machisras. Ese es el paso de la no-humanidad a la humanidad, de lo privado a lo público, de la pasividad invisible a la intervención decisoria, del ámbito familiar al ámbito político. El velo es una elección estratégica. Mediante él nos humanizamos, nos convertimos en sujetos de razón, nos volvemos «audibles» e influyentes, dejamos de ser un objeto amenazador o despreciado para pasar a ser «iguales» a los hombres, a los que podemos así disputar el espacio político y al mismo tiempo —y por eso mismo— imponer otro modelo de relación con las mujeres. En estas condiciones sociales y antropológicas, el velo es nuestra única posibilidad de participar en la vida pública, la única vía para transformar la sociedad y cambiar también a los hombres y pensamos por tanto en un futuro en el que podremos salir, hablar y hacer política sin él. Pero para quitarnos el velo primero tenemos que ponérnoslo.

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Hace cien años los judíos en Europa eran perseguidos, humillados, rechazados y todos sus esfuerzos de integración eran respondidos con desconfianza, exclusión y violencia

Hay que dirigirse a la gente buena y sensata; ponerles ejemplos que enciendan. El de los judíos es particularmente clarificador. Hace cien años los judíos en Europa eran perseguidos, humillados, rechazados y todos sus esfuerzos de integración eran respondidos con desconfianza, exclusión y violencia. Hitler pudo matarlos más tarde porque una buena parte de la población europea, gente buena y sensata, nunca había considerado compatriotas a los judíos y permitió o aplaudió su exterminio. [...] Hoy los judíos están a salvo; e incluso han sido promovidos por fin a europeos honorarios gracias a los crímenes de Israel, pero no deberíamos olvidar la suerte de millones de víctimas en campos de concentración y cámaras de gas. A la gente buena y sensata de hace dos siglos, de hace un siglo, de hace solo 70 años, le parecía lo normal y lo moral perseguir o justificar la persecución de los judíos; nuestra normalidad y moralidad a la hora de tratar hoy el islam y a los musulmanes debería alertarnos sobre las grandes violencias que estamos incubando. Recordemos, en efecto, que el nazismo no solo convirtió en sionistas a miles de judíos que querían ser alemanes o austriacos o polacos y no solo persiguió y mató judíos que nunca fueron sionistas; significó un vuelco civilizacional sin precedentes y mató también miles de homosexuales, izquierdistas y liberales.

Los árabes y musulmanes a los que la presencia de Netanyahu [en la manifestación] y la presión islamofóbica privó de su derecho a ser buenos y sensatos al lado de sus compatriotas, se pusieron a sí mismos del lado de «los enemigos de Francia» y de la «libertad de expresión»

La manifestación del domingo 13 de enero de 2015 en París (como la del 28 de mano en Túnez tras el atentado del museo del Bardo) mezcló a gente buena y sensata con gente que quiere incendiar Europa y el mundo. Frente a los crímenes yihadistas, todo el mundo tiene derecho a sentirse bueno y sensato al lado de otros. Todo el mundo no. La presencia de líderes políticos con credenciales poco democráticas (empezando por el propio Mariano Rajoy) y, sobre todo, la presencia del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, responsable unos meses antes de la muerte de 500 marcianos (quiero decir 500 niños palestinos) despojó de ese derecho a los mismos que la islamofobia hace responsables del atentado del Charlie Hebdo. Muchos de nosotros, por ejemplo, no hubiéramos ido a la manifestación y nos hubiésemos sentido frustrados y al mismo tiempo culpables. Imaginemos a todos esos franceses musulmanes, chantajeados y asustados o sencillamente cabreados, arrinconados en sus casas, que necesitaban expresar su bondad y sensatez, como todos los demás; que se sentían por un lado presionados a hacerlo, en su condición de presuntos cómplices «ideológicos”, y que estaban impedidos de participar por la presencia de Netanyahu —y por esta propia presión. Los árabes y musulmanes a los que la presencia de Netanyahu y la presión islamofóbica privó de su derecho a ser buenos y sensatos al lado de sus compatriotas eligieron de algún modo ser malos e insensatos; se pusieron a sí mismos del lado de «los enemigos de Francia» y de la «libertad de expresión». Curiosa paradoja: la presencia de un criminal de guerra en una manifestación contra el crimen obligó a autocriminalizarse a los que se negaron a compartir con él esa «unión sagrada».

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La islamofobia es el equivalente en el espejo del islamismo yihadista. Sus discursos esencialistas funcionan de la misma manera, se alimentan recíprocamente y conducen a los mismos crímenes. Si queremos vencer al segundo, tenemos que luchar también contra el primero

En estos momentos hay que dirigirse a las personas buenas y sensatas para que entiendan lo que está en juego y razonen con cuidado. En realidad es todo bastante sencillo. Seamos coherentes con los principios emanados de nuestra bondad y sensatez:

1. Si el Estado Islámico ataca la libertad de expresión y la democracia, habrá que defender la libertad de expresión y la democracia. Pidamos, pues, más libertad de expresión y más democracia: ese es el único sentido auténtico de «laicismo». Ya vemos que las medidas reclamadas y anunciadas van en dirección contraria, tanto en Francia como en España: cierres de fronteras, deportaciones. más leyes de excepción y más recortes de libertades. Es fácil entender que la nueva «guerra antiterrorista» va a ser rentabilizada por la ulttaderecha en toda Europa.

2. Si se trata de defender a los ciudadanos, habrá que defender primero a los más vulnerables. Y los más vulnerables son sin duda los musulmanes europeos, minoría pinzada entre la presión racista y la presión yihadista. En defensa de la libertad, la democracia, el derecho y los principios republicanos, nuestra prioridad debe ser proteger a los musulmanes europeos, los judíos de hoy, para que no les ocurra —con las consabidas consecuencias— lo mismo que a los judíos de ayer. A pesar de la presión convergente del racismo laico y el yihadismo religioso, la mayor parte de los árabes y musulmanes de Europa y del mundo son inexplicablemente pacíficos. Son, además, como recordaba más arriba, tanto las víctimas preferidas como los opositores directos del Estado Islámico.

Hay muchos motivos para estar preocupados. Cuidado con las emociones fuertes. Locos ha habido siempre y han matado en nombre de todo y de cualquier cosa: de la guerra y de la paz, del espacio vital y de la democracia, del laicismo y de Dios. Hoy, es verdad, un par de locos pueden hacer mucho más daño que hace un siglo. Pero mucho más daño pueden hacer los cuerdos que utilizan la locura de los locos —y el terror de los buenos y sensatos— para proteger sus intereses incluso al precio de un nuevo vuelco civilizacional. Esos cuerdos están en nuestros gobiernos y deben asustarnos aún más que los yihadistas y sus matanzas —porque estos son en parte, de alguna manera, sus hijos bastardos.

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Mucho cuidado: la islamofobia es el equivalente en el espejo del islamismo yihadista. Sus discursos esencialistas funcionan de la misma manera, se alimentan recíprocamente y conducen a los mismos crímenes. Si queremos vencer al segundo, tenemos que luchar también contra el primero. Este debe ser el objetivo prioritario e «interesado» de cualquier ciudadano que se tome en serio la defensa de los valores laicos, republicanos y de izquierdas.