Una de crema catalana… en Maltzaga

2016/03/23
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Durante las últimas semanas ha decaído bastante la cobertura informativa sobre Cataluña en los medios de comunicación vascos, sobre todo a partir de la investidura del nuevo presidente Carles Puigdemont. Las semanas anteriores a ese evento, sin embargo, y sobre todo en los medios abertzales y públicos, la cobertura fue sensacional. Esa oleada tuvo como principal argumento si las CUP, finalmente, debían otorgar o no su apoyo a la investidura de Artur Mas. Y en relación con las CUP y con el dilema político que se les presentaba, quisiera llamar la atención sobre tres posicionamientos muy dispares que se han explicitado, en mi opinión, en el seno del abertzalismo.

31-01-2012Xabier Anza, Trebakuntza arloko arduraduna ELA sindikatuan (artikulu hau ostailaren 8an idatzi zuen)

El primer posicionamiento ha sido el de los quienes rechazan de plano que la política institucional pueda estar sometida a los vaivenes de la movilización social. El lehendakari Urkullu, desde el punto de vista del discurso, ha cuajado la expresión más acabada de esta posición: “Me alarma que movimientos sociales sin responsabilidades condicionen Cataluña“. Se trata de una posición de principios que, por una parte, reclama en exclusiva para el ámbito institucional y partidario la gestión de cualquier avance en materia de autogobierno, y por otra, aconseja a los partidos “de orden” que no establezcan alianzas con fuerzas alternativas, como las CUP. Carl Schmitt y Leo Strauss aplaudirían con las orejas.

El principal reto del independentismo está en ganar la adhesión de mayorías sociales y por ello el proceso debe incorporar elementos de justicia y solidaridad social para las clases populares más castigadas por la austeridad y recelosas ante un debate soberanista que “no termina de hablar de lo suyo”

Un segundo espacio del abertzalismo que aparentemente conecta con el sentir de las CUP, de manera ora explícita ora subliminal, les aconsejaba, finalmente, ceder e investir a Más. Está bien lo de la izquierda, lo del rescate social, lo de la corrupción de CiU… Pero en “esa coyuntura histórica” de lo que se trataría es de avanzar en el proceso abierto, y ya se solucionarán más tarde las cuestiones sociales y de clase. El argumento es antiguo y está lleno de metáforas autóctonas, como la de Maltzaga, que se ha usado hasta la saciedad para decirle a las CUP lo que debían hacer. La apuesta recuerda al PCI y compromiso histórico, 45 años después…

Una tercera posición, creo que muy minoritaria en el nacionalismo, ha sido la que ha dado valor a lo que han hecho las CUP, sin llegar a concluir si finalmente había o no que apoyar a Mas. Para esta posición lo determinante no era el apoyo al anterior president, sino incorporar en el debate de investidura elementos de justicia social, de proceso por y para el pueblo, de bienestar y ciudadanía plena. Estos venían a decir que el principal reto del independentismo está en ganar la adhesión de mayorías sociales y por ello el proceso debe incorporar elementos de justicia y solidaridad social para las clases populares más castigadas por la austeridad y recelosas ante un debate soberanista que “no termina de hablar de lo suyo”. Por otra parte, daban valor a poner la cuestión social en el centro porque los estados no nacen neutros  sino que incorporan en su definición genética las posibilidades de las clases populares en el futuro, como bien se ha demostrado en la transición española, basada, entre otras cosas, en la no revisión de los privilegios de las clases pudientes durante el régimen franquista.

Si es cierto que el abertzalismo en su conjunto se ha decantado por estas tres posiciones difícilmente reconciliables, deberíamos sacar otras tres conclusiones bastante tristes. La primera es que la gran mayoría del abertzalismo le ha faltado al respeto a la CUP, lo cual es una pésima noticia. La segunda es que no cabe imaginar una estrategia independentista compartida para un universo abertzale conformado por galaxias tan alejadas unas de otras: estamos muy, pero que muy lejos de una teoría unificada que oriente al micro y al macrocosmos abertzale. La tercera es que buena parte de los que consideran que para alcanzar el derecho a decidir hace falta mucha movilización, están lejos de concluir que ese camino es difícilmente compartible con una parte importante del nacionalismo que detesta, precisamente, esa movilización y, sobre todo, su vocación de influencia política. Llegar a esa conclusión, con todo, “está en su mano” todavía.

Lo único bueno es la esperanza de que de lo malo, espero, aprendamos algo. Por lo demás, al cierre de esta edición, de Cataluña nos llega la noticia de que la coalición Junts pel Sí y las CUP han iniciado los trámites para elaborar tres leyes importantes relacionadas con lo que se ha dado en llamar la “desconexión”: la ley de transitoriedad o de Régimen Jurídico catalán, la de Administración Tributaria (Hacienda) y la de Protección Social (Seguridad Social), todas ellas previstas en la declaración del pasado 9 de noviembre. Esta iniciativa es la primera de enjundia política, junto a la prórroga otorgada a los presupuestos, que ha tenido lugar en Cataluña una vez constituido el nuevo gobierno. No es una cuestión menor este apoyo a los presupuestos (con 5 votos de la CUP por cierto) que tienen un evidente cariz neoliberal. Nadie está a salvo de contradicciones… y en mi casa a calderadas.