Por el cambio estructural a una sociedad sin patriarcado
María Pazos, artículo publicado en Viento Sur.
"...¿Cómo valorar los cuidados?
Algunas economistas feministas han puesto el foco en la necesidad de valorar el cuidado
...No todas las reivindicaciones económicas formuladas hasta ahora han ido dirigidas a la eliminación de la división sexual del trabajo; de hecho, algunas han ido en sentido contrario. Veámoslo con un ejemplo. Algunas economistas feministas han puesto el foco en la necesidad de valorar el cuidado. Evidentemente es cierto que las tareas de cuidado están actualmente infravaloradas y más en los países en los que las mujeres las realizan en el hogar en mayor medida. Como en todos los sistemas en los que un grupo social domina sobre otro, las tareas y las posiciones que corresponden al grupo social dominante (los hombres) son las de poder, las más valoradas y con mayores derechos, mientras que al grupo dominado (las mujeres) se le adjudican las tareas devaluadas (en este caso el cuidado) y se le sitúa en las posiciones subordinadas en todas las esferas.
Conviene recordar esto para apartar de nuestra mente la fantasía de que el cuidado y las actividades actualmente consideradas femeninas podrían valorarse (y pagarse) en la misma medida que las consideradas masculinas, pero manteniendo la división sexual del trabajo.
Frecuentemente esa queja lleva a muchas personas a formular espontáneamente una reivindicación que ya la mayoría de las economistas feministas no formularían hoy en día pero que muchas aún no descartan, a pesar de las consecuencias negativas que ha acarreado a las mujeres: el salario al ama de casa.
Por tanto, la queja de que el cuidado es una actividad infravalorada es más que legítima y compartida por la mayoría de las mujeres (que somos quienes hemos sido educadas para valorarlo, mientras que los hombres eran educados para despreciarlo como cosa de mujeres). Pero el problema es: ¿qué hacer para valorar los cuidados? Frecuentemente esa queja lleva a muchas personas a formular espontáneamente una reivindicación que ya la mayoría de las economistas feministas no formularían hoy en día pero que muchas aún no descartan, a pesar de las consecuencias negativas que ha acarreado a las mujeres. Esta reivindicación es la del salario al ama de casa.
En algunos países (especialmente países con un pasado autoritario como Alemania, Italia y España), una parte importante del movimiento feminista identificó valorar el cuidado con la reivindicación al Estado del salario al ama de casa. Y, de hecho, es en estos países donde más se han establecido prestaciones para que las mujeres cuiden en el hogar; por ejemplo, la “prestación por cuidados en el entorno familiar” que estableció la conocida como Ley de Dependencia española.
Estas prestaciones consolidan el papel de las mujeres como cuidadoras, condenándolas a la dependencia económica y a la pobreza
Estas prestaciones, y los escasísimos derechos sociales asociados, siempre son menores que los verdaderos salarios, nunca son suficientes para mantenerse independiente económicamente y no dan lugar a prestaciones de desempleo ni a pensiones dignas. Así, consolidan el papel de las mujeres como cuidadoras, condenándolas a la dependencia económica y a la pobreza (Sainsbury, 1999).
En los países nórdicos, en cambio, se optó justamente por el camino contrario: en el cambio de orientación de la política social operado hacia 1970, se declaró como objetivo que todas las personas fueran económicamente independientes (también las mujeres), que todas las personas fueran corresponsables de los cuidados (también los hombres) y que el derecho a la educación infantil desde los cero años y a la atención a la dependencia por parte de los servicios públicos fueran derechos universales.
No podremos eliminar la división sexual del trabajo si no abordamos reformas estructurales que terminen con el rol de las mujeres como principales cuidadoras y de los hombres como principales sustentadores.
Estas orientaciones, junto a un empleo estable y con derechos, convirtieron a estos países en los más igualitarios del mundo. En ellos, la división sexual del trabajo no ha llegado a eliminarse, pero está mucho más debilitada que en el resto. Más aún, cabe afirmar que la valoración de los cuidados es mucho mayor, pues: 1) se les dedica mayor presupuesto; 2) se reconoce el derecho subjetivo a recibir cuidados y se atienden las necesidades de las personas dependientes y de la infancia; 3) las personas que proporcionan cuidados profesionalmente son empleadas de los servicios públicos que gozan de derechos laborales como las demás personas trabajadoras, y 4) los hombres comparten los cuidados en el hogar en mayor proporción que en los demás países.
En resumen, la experiencia internacional acumulada nos proporciona las claves para elaborar ese programa feminista dirigido a la eliminación del patriarcado, pero para ello debemos trascender la estructura social actual. No podremos eliminar la división sexual del trabajo si no abordamos reformas estructurales que terminen con el rol de las mujeres como principales cuidadoras y de los hombres como principales sustentadores.
Resistencias a las reivindicaciones feministas de cambios estructurales
Una parte de los movimientos sociales, e incluso un sector que se considera parte de la economía feminista, se muestra resistente a reivindicar reformas estructurales para la eliminación de la división sexual del trabajo.
Indudablemente, un factor importante de estas resistencias procede de la invisibilidad de todo lo que tiene que ver con el feminismo dentro de los movimientos sociales hasta ahora. Pero esa invisibilidad se junta con las posturas de algunas compañeras que, declarándose feministas, ignoran o incluso denostan algunas reivindicaciones dirigidas al cambio estructural, como por ejemplo los permisos igualitarios que reclama la Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles de Nacimiento y Adopción (PPIINA), o la universalización de los servicios públicos de atención a la dependencia y educación infantil desde los cero años.
La cuestión es: ¡que cuiden los hombres!
Una acusación a estas reivindicaciones estructurales es la de que intentan “incluir a las mujeres en este mercado de trabajo machista” o incluso que “dejan a madres y a criaturas a la merced del rodillo neoliberal” (Merino, 2017).
Es curioso que se vea a la PPIINA, plataforma cuya única reivindicación es la de equiparar el permiso de los padres con el de las madres, como centrada en impulsar la participación en el mundo laboral (se entiende que de las mujeres), en lugar de calificarla como lo que es, es decir, centrada en impulsar la participación en el cuidado(de los hombres, claro).
La cuestión, por tanto, no es solamente cómo se organiza el cuidado, sino precisamente imaginar que los hombres pueden asumir su 50%, en lugar de dar por hecho que lo harán fundamentalmente las mujeres y centrar la atención en cómo estas se multiplican para dar abasto con todo.
Es curioso también que algunas personas rechacen la propuesta de la PPIINA alegando que ellas están más interesadas en las iniciativas de corte comunitario emergentes..., para organizar el cuidado más allá de los procesos institucionales. Aparte de si se puede organizar extensivamente la sociedad, y no solo una minoría, sin recurrir a las políticas públicas, es necesario advertir aquí: ¡cuidado, hay comunas en las que cuidan exclusivamente las mujeres! La cuestión, por tanto, no es solamente cómo se organiza el cuidado, sino precisamente imaginar que los hombres pueden asumir su 50%, en lugar de dar por hecho que lo harán fundamentalmente las mujeres y centrar la atención en cómo estas se multiplican para dar abasto con todo.
En definitiva, abordemos las cuestiones claves: ¿quién cuida actualmente? ¿Por qué los hombres no asumen su parte de los cuidados? ¿Cómo conseguir que lo hagan? Aunque sea una tautología, es obligado repetirlo una y otra vez: mientras que las mujeres cuidemos más que los hombres, la división sexual del trabajo seguirá existiendo...."