El fascista americano
Robert Reich (economista, columnista, político estadounidense. Fue Secretario de Trabajo durante el gobierno de Bill Clinton, entre 1993 y 1997 y formó parte del consejo asesor de transición del presidente Barack Obama en 2008)
Me he resistido a usar el término “fascista” al referirme a Donald Trump porque es un adjetivo especialmente duro, y con demasiada frecuencia se emplea muy a la ligera. Pero Trump ha llegado a un punto en el que los paralelos entre su campaña presidencial y los fascistas de la primera mitad del siglo XXI –figuras morbosas como Benito Mussolini, Joseph Stalin, Adolf Hitler, Oswald Mosley y Francisco Franco– son demasiado evidentes como para ignorarlos.
Igual que los fascistas de principios del siglo XX, Trump centra su campaña en la rabia de trabajadores blancos que llevan años perdiendo su base económica
No solo es que Trump hace poco haya citado a Mussolini (ahora dice que el tweet fue un descuido), o haya empezado a invitar a sus simpatizantes en sus mítines a levantar la mano derecha de una manera escalofriantemente similar al saludo nazi (tacha la comparación de “ridícula”). Los paralelos son más profundos.
Igual que los fascistas de principios del siglo XX, Trump centra su campaña en la rabia de trabajadores blancos que llevan años perdiendo su base económica, y que son presa fácil de los demagogos que tratan de edificar su poder apelando a chivos expiatorios. Las mayores victorias de Trump se han registrado en las zonas con rentas por debajo de la media y entre la gente que declara haber perdido ingresos. Tal como ha apuntado Jeff Guo del Washington Post, Trump tiene sus mejores resultados en los lugares donde los blancos de mediana edad mueren antes.
Trump no lo hace de manera tan explícita, pero sus seguidores han agredido a musulmanes, personas sin techo y afroamericanos; Trump casi ha excusado su comportamiento
Los problemas económicos de hace casi un siglo que desembocaron en la Gran Depresión eran mucho peores que los que han sufrido la mayoría de los seguidores de Trump, pero éstos han padecido algo que en alguna medida es aún más doloroso: la frustración de sus expectativas. Muchas de estas personas crecieron en los años 50 y 60, durante una posguerra próspera que benefició a todo el mundo. Esa prosperidad dio a sus padres una vida mejor. Los simpatizantes de Trump esperaban naturalmente que ellos y sus hijos también mejorarían económicamente, pero no ha sido así. Añádanse los temores e incertidumbres acerca de los terroristas que pueden estar viviendo entre nosotros o pueden intentar colarse por nuestras fronteras, y esta vulnerabilidad e impotencia se multiplica.
Los ataques verbales incendiarios de Trump contra inmigrantes mexicanos y musulmanes –incluso su reticencia a distanciarse del supremacista David Duke y el Ku Klux Klan– siguen el antiguo guión fascista. La antigua generación de fascistas no se preocupaba de las formulaciones políticas ni de argumentar lógicamente. Se presentaban como hombres fuertes cuyo poder personal remediaría todos los males. Crearon en torno suyo un culto de personalidad con todos los atributos de fuerza, confianza e invulnerabilidad, lo que les servía como sustitutos de la argumentación o el pensamiento lógico.
De manera similar, toda la campaña de Trump gira en torno a su supuesta fuerza y confianza. Dice a sus simpatizantes que no se preocupen; él cuidará de ellos. “Si os despiden… votadme de todas maneras”, dijo a trabajadores en Michigan la semana pasada. “Yo os conseguiré un nuevo empleo; no os preocupéis de eso.” Los viejos fascistas intimidaban y amenazaban a sus adversarios; la estrategia de Trump no es muy diferente. Por ejemplo, recientemente twiteó que la familia Ricketty de Chicago, que está invirtiendo dinero para derrotarle, “debería tener cuidado; tiene mucho que ocultar”.
Los viejos fascistas incitaban a la violencia. Trump no lo hace de manera tan explícita, pero sus seguidores han agredido a musulmanes, personas sin techo y afroamericanos; Trump casi ha excusado su comportamiento. Semanas después de que el candidato iniciara su campaña mintiendo al decir que los inmigrantes mexicanos “traen el crimen. Son violadores”, dos hermanos golpearon en Boston con una barra de metal a un mexicano sin hogar y orinaron sobre él. Luego declararon a la policía que “Donald Trump tenía razón; todos estos ilegales tienen que ser deportados.” En lugar de condenar tal brutalidad, Trump la excusó diciendo que “la gente que me sigue es muy apasionada. Aman a este país y quieren que vuelva a ser grande”.
Después de que un puñado de seguidores blancos agredieran y trataran de asfixiar en uno de sus mítines a un hombre del movimiento Black Lives Matter (que denuncia las muertes de personas negras a manos de la policía), Trump dijo que “quizá deberían haberle dado.” Hay más paralelos. Los fascistas glorificaban el poder y la grandeza nacional, e impulsaban la xenofobia y la guerra. La política exterior de Trump consiste únicamente en reafirmar el poder de EEUU frente a las demás naciones. México “financiará” un muro. China “dejará” de manipular su moneda. En pos de sus metas los fascistas despreciaban la legislación internacional. Trump hace lo mismo. Hace poco propuso emplear la tortura contra terroristas y castigar a sus familias; ambas son claras violaciones de la legislación internacional.
Finalmente, los fascistas crearon su masa de seguidores directamente, sin partidos políticos u otros intermediarios entre ellos y sus legiones de simpatizantes. Los tweets y mítines de Trump esquivan todo filtro de manera similar. El partido republicano es irrelevante para su campaña, y considera a los medios de comunicación sus enemigos. (Suele tener a los reporteros que cubren sus mítines detrás de una barrera de acero.) Analizar a Donald Trump a la luz de los fascistas de la primera mitad del siglo XX –que aprovecharon los problemas económicos para encontrar chivos expiatorios; intimidaban a sus rivales; incitaban a la violencia; glorificaban sus naciones y despreciaban la legislación internacional, y conectaban directamente con las masas– puede explicar qué está haciendo Trump y cómo está logrando el éxito.
Esto sugiere también por qué Donald Trump presenta un peligro tan formidable para el futuro de EE UU y el mundo.