La gran apropiación y el retorno de los comunes

2015/12/09
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Te traemos aquí un extracto del ensayo sobre la revolución de siglo XXI "Común", escrito por Christian Laval y Pierre Dardot y publicado recientemente por la editorial Gedisa, dentro de la serie "Libros que ayudan a entender el mundo". Los autores anudan la lucha anticapitalista y la ecológia política mediante la reivindicación de los "comunes" contra las nuevas formas de apropiación privada y estatal.

ComunComún, Christian Laval y Pierre Dardot 2015, Ed. Gedisa

El libro está disponible en nuestra biblioteca

[...] El «Consenso de Washington», teorizado por John Williamson en 1990, resumió perfectamente los distintos aspectos de estas políticas, instauradas en primer lugar en América Latina, luego en el conjunto del mundo. A menudo se ha simplificado este gran giro neoliberal identificándolo con el triunfo del «todo mercado». Es cierto que la ideología oficial de Thatcher y de Reagan iba en esta dirección. En realidad, la instauración efectiva de la lógica de la competencia en todos los dominios nunca se debió a actores privados. Como lo vio muy tempranamente Marx y luego volvió a plantearlo Polanyi, el Estado es desde hace mucho tiempo un agente muy activo en la construcción de los mercados. La nueva ola de apropiación de las riquezas es más que nunca la obra conjunta del poder público y de fuerzas privadas, especialmente las grandes empresas multinacionales, en todo el mundo. Esto es, por otra parte, lo que explica la recomposición de las clases dominantes, medio privadas y medio públicas, nacionales y mundiales al mismo tiempo, cuyos miembros ocupan una amplia gama de posiciones de poder en el aparato de Estado, en medios de comunicación y en el sistema económico, acaparan los cargos importantes tanto en los partidos de la derecha tradicional como en la izquierda «moderna», practican intensivamente las «puertas giratorias» entre el sector mercantil y la función pública, desarrollando una verdadera conciencia de sus intereses comunes bajo una apariencia de «realismo» económico y «seriedad» en la gestión. Esta hibridación neoliberal «público-privado» ha favorecido, por otra parte, la emergencia de un concepto nuevo de poder, la «gobernanza», que permite superar en el plano de la representación la oposición cada vez más engañosa entre la propiedad pública y la propiedad privada.

La recomposición de las clases dominantes, medio privadas y medio públicas, nacionales y mundiales al mismo tiempo, cuyos miembros ocupan una amplia gama de posiciones de poder en el aparato de Estado, en medios de comunicación y en el sistema económico, acaparan los cargos importantes tanto en los partidos de la derecha tradicional como en la izquierda «moderna», practican intensivamente las «puertas giratorias» entre el sector mercantil y la función pública

Al centrarse de este modo en las prácticas de apropiación y de expolio, la reivindicación de los comunes quiere incluirse en una tradición de lucha contra la expansión, en un período histórico largo, de la lógica propietaria que dio su marco jurídico al capitalismo. De este modo, la extensión actual del dominio de la propiedad privada y el crecimiento de la mercantilización son concebidos por diferentes autores como «un segundo movimiento de enclosures de los comunes» —de acuerdo con una fórmula del jurista norteamericanojames Boyle— que repite y generaliza en todos los dominios, en particular los de la biodiversidad y la creación intelectual y científica, el primer movimiento de cercamientos que se produjo en los campos de Europa occidental entre los siglos xv y XIX.

El paradigma de los comunes se define expresamente contra la expansión de la lógica propietaria y mercantil con la que por lo general se identifica el neoliberalismo. De creer a David Bollier, que cataloga exhaustivamente los comunes en su libro, este «pillaje silencioso» los afectaría a todos y, entre ellos, junto a recursos naturales y espacios públicos, al patrimonio cultural, las instituciones educativas y la comunicación. Este movimiento general de enclosure estaría dirigido por las grandes empresas, apoyadas por los gobiernos sometidos a la lógica del mercado. La extensión de la mercancía, el peso creciente de las grandes empresas y la presión de la lógica de la propiedad van de la mano y no conocen ningún límite politico y moral. Lo que es cierto acerca de los Estados Unidos lo es de todas las demás regiones del mundo debido a la presión de las grandes multinacionales apoyadas por los gobiernos: a lo que nos enfrentaríamos es a un formidable refuerzo mundial de los derechos de propiedad y, con él, a una nueva expansión del capitalismo, aunque este témino no siempre lo emplean los partidarios de los comunes. Cierto número de ejemplos son particularmente significativos de esta expansión: el de la expropiación a los campesinos autónomos del control sobre las simientes por las grandes multinacionales del sector agroalimentario, como Monsanto, el desarrollo de patentes sobre lo viviente bajo la presión de las empresas biotecnológicas o la monopolización por parte de los gigantes de la informática como Microsoft de las patentes de los programas más utilizados en el mundo.

Bienes de primen necesidad, como los alimentos o los medicamentos, son regidos cada vez más estrechamente por la lógica mercantil impuesta por oligopolios mundiales

Denunciar los «nuevos cercamientos» es destacar un conjunto de tendencias inseparables de la actual mundialización capitalista. El término enclosure hace pensar, en primer lugar, en el acaparamiento de recursos naturales y de tierras que se practica todavía a gran escala en el mundo. Tomaremos los dos ejemplos, particularmente elocuentes, de las tierras y el agua. Uno de los más notables es lo que se llama el land grabbing, que agrava los efectos destructivos del libre intercambio, del agribusiness y de las biotecnologías sobre las agriculturas campesinas en el mundo entero. Se trata de una práctica de acaparamiento de tierras arables en países del sur —África subsahariana, Indonesia, Filipinas, Brasil, Argentina, Uruguay, etc.— mediante la adquisición y sobre todo el alquiler de tierras por períodos largos (de 25 a 99 años). Este acaparamiento, que representa ya cerca del 2% de las tierras cultivables en el planeta, lo llevan a cabo empresas multinacionales y Estados de países emergentes del Sur (China o India) o países del Norte (Estados Unidos o Gran Bretaña) deseosos de asegurar su aprovisionamiento alimentario y energético y de que sus empresas y centros financieros se aprovechen de la especulación con las tierras y los precios agrarios.. Esta tendencia se acentuó tras la crisis alimentada de 2007 y se ha visto estimulada por la especulación financiera. En 2011, el acaparamiento de las tierras habría afectado a 80 millones de hectáreas. Las transacciones, realizadas la mayoría de las veces sin consultar a las poblaciones locales, tienen lugar a menudo entre los Estados que controlan las tierras y los inversores. Tal es el caso en numerosos países africanos. Los efectos que esto tiene sobre la agricultura campesina, la naturaleza de los productos cultivados, la alimentación de las poblaciones locales, hacen pensar que esta aplicación directa y brutal del poder del capital mundial a las tierras agrícolas de los países pobres no hace más que repetir la mercantilización de hace varios siglos y provoca consecuencias de la misma clase, aunque a una escala mucho mayor. El aumento de los precios de los terrenos disponibles, la prohibición de acceso a las antiguas tierras comunes, la toma de posesión de las tierras más fértiles, la elección de producciones destinadas a la exportación, la difusión de OGM y de los herbicidas y pesticidas a ellos asociados, conducen en todas partes a la expropiación de los campesinos, a su éxodo hacia favelas en las megápolis del tercer mundo y al aumento de los precios de los cultivos para toda la población. Aunque este acaparamiento espectacular no hace más que completar la gama de los instrumentos y prácticas que han restringido la producción de víveres en favor de cultivos de exportación, acelera espectacularmente la transformación capitalista de la agricultura y la destrucción de las comunidades campesinas.

La apropiación de las tierras agrícolas está directamente ligada al acaparamiento del agua en provecho de los grandes cultivos de exportación. De un modo más general, el control capitalista del agua es otro ejemplo de un mecanismo que presenta semejanzas con los mecanismos históricos de la expropiación de los comunes. Aunque la gestión del agua de las grandes ciudades del mundo permanece aún bajo control público, el comercio del agua adquirió amplitud durante los años 1980. Este mercado mundial está dominado por un pequeño número de oligopolios, entre los cuales se encuentran dos empresas francesas —Suez environnement (ex Lionesa de las aguas) y Veolia (ex Compañía general de las aguas)—. Dichas empresas están presentes en decenas de países en todos los continentes, con el apoyo activo de la OMC, el Banco Mundial y gobiernos nacionales, pero también de la Unesco, miembro organizador del Consejo Mundial del Agua, el cual es un lobby que nilita en favor de la privatización del agua. [...]

Pero, aparte de estos ejemplos, es todo el entorno humano el que se ve afectado, de formas múltiples, por esta expansión mercantil y propietaria. Bienes de primen necesidad, como los alimentos o los medicamentos, son regidos cada vez más estrechamente por la lógica mercantil impuesta por oligopolios mundiales; ciudades, calles, plazas y transportes públicos son convertidos en espacios comerciales y publicitarios; las instituciones culturales, los equipamientos deportivos, los lugares de ocio y de reposo son de acceso cada vez más dificil debido a derechos cada vez más elevados exigidos a los usuarios/clientes; los servicios públicos, desde los hospitales hasta las escuelas, pasando por las cárceles, son construidos y cogestionados por empresas privadas; las instituciones públicas de investigación y las universidades son “pilotadas” de acuerdo con finalidades de rentabilidad; los bosques, los mares, los ríos y el subsuelo son sometidos a una explotación industrial cada vez más intensiva; y todo el patrimonio cultural perteneciente al dominio público sufre presiones para que se convierta en un capital que deben valorizar museos y bibliotecas. Esta gran apropiación, en toda la variedad de sus manifestaciones, acarrea fenómenos masivos de exclusión y de desigualdad, contribuye a acelerar el desastre ecológico, hace de la cultura y de la comunicación un producto comercial, atomiza cada vez más la sociedad en forma de individuos/consumidores con un destino común. [...]

La nueva cultura política de los comunes permitiría volver a entender que la riqueza no la crean únicamente los managers o quienes poseen los capitales, como pretende la vulgata neoliberal universalmente compartida por los gobiernos de derecha o izquierda, sino comunidades o sociedades cuyos miembros ponen en común sus saberes y competencias para crearla. [...] “La privatización de todos los espectos de la vida cotidiana y la transformación de toda actividad y calor en mercancia” permite una articulación de movimientos con causas aparentemente dispares bajo el slogan “El mundo no está en venta”, que expresa precisamente la exigencia de defender y promover los comunes como bienes inalienables.