Futuro y excepcionalidad
Xabier Anza, responsable de formación de ELA
En un capítulo de la exitosa serie Borgen, los protagonistas hacen un chiste sobre el movimiento obrero danés diciendo que, en Dinamarca, ni hay movimiento, ni hay obreros. Lo cierto es que hay una tesis muy extendida y compartida en la academia europea según la cual, la globalización de la economía y el neoliberalismo traen consigo, de manera necesaria e inevitable, el debilitamiento y hasta la desaparición del sindicalismo. La competencia y la división internacional del trabajo, el debilitamiento de la legislación laboral protectora, el desplome de la influencia política de los sindicatos, la asunción de los postulados neoliberales por la socialdemocracia y, junto a todo ello, la constatación empírica irrefutable de la pérdida de efectivos del otrora poderoso movimiento sindical durante las últimas décadas, no harían sino confirmar esa tesis.
Siendo ciertos todos esos elementos, y aun a riesgo de parecer iluso, como sindicalista, creo que lo que procede en este contexto no es hacer tesis sobre las dificultades. No se trata de defender de una suerte de autismo metodológico: es una obviedad que los cambios económicos, políticos y legislativos que han tenido lugar en las últimas décadas de hegemonía neoliberal han mermado la eficacia del sindicato para defender los intereses de los trabajadores y trabajadores y han debilitado su referencialidad política. Pero, habida cuenta del aumento espectacular de las desigualdades de renta y del debilitamiento de todos los mecanismos de protección social, entiendo que la primera responsabilidad de un militante consiste en explorar, en primer lugar, si es que en el contexto de ese debilitamiento existen excepciones que apunten a un futuro distinto y, en segundo lugar, ver si ese carácter excepcional o esas singularidades, son algo irrelevante (elementos a ignorar por su no “exportabilidad” a otros contextos) o bien apuntan a modelos de intervención que pueden gozar de futuro también en otras latitudes en la defensa de las clases populares.
Yo considero que la experiencia sindical de ELA y, en cierta medida, por extensión, la experiencia del conjunto del sindicalismo abertzale, constituye, con todas sus evidentes limitaciones y miserias, una excepcionalidad en el panorama sindical europeo, una singularidad que, como dicen los sociólogos franceses Dufour y Hege “puede ser ignorada”, pero que igualmente podría ser tenida en cuenta. Una singularidad, diría más, que deberían tener en cuenta quienes postulan un cambio político y social para nuestro pueblo.
Creo que esa excepcionalidad viene dada por al menos cinco elementos muy evidentes.
En primer lugar, ELA es el único sindicato de nación sin estado europeo que es mayoritario en su ámbito nacional. A esta singularidad hay que añadir que LAB, sindicato también abertzale, y tercer sindicato del país, está a sólo 3 puntos del segundo sindicato (a menos de 1 punto en la CAPV).
En segundo lugar, la singularidad proviene de la financiación del sindicato mayoritario, que alcanza una autonomía del 91% de ingresos propios (cuotas) siendo residuales los ingresos por subvención pública. ELA no ha utilizado además otros mecanismos de financiación como son los derivados de la asunción servicios del estado (desempleo, mediación en el empleo, formación…), la titularidad de empresas o los propios de las prácticas de cogestión y concertación.
En tercer lugar, está el hecho de que ambos sindicatos se han fortalecido en coyunturas de transformación estructural que son las que “explican” el declive sindical en otros lugares (desindustrialización, terciarización, outsourcing¸fin de la negociación colectiva en el sector público…). Cabe destacar además que ELA es mucho más mayoritario en las pymes que en las grandes empresas, y crece en los sectores privatizados en detrimento de los servicios públicos tradicionales, alimentando la paradoja para quienes la acusan de abandonar a los trabajadores de la pequeña empresa.
Un cuarto elemento de excepcionalidad, muy relevante, es que ELA es el único sindicato europeo, histórico y mayoritario en su ámbito que ha rechazado el diálogo y la concertación social, prácticas que concibe en esta fase como una legitimadoras de las políticas neoliberales. Esta negativa es compartida a día de hoy también por la otra confederación abertzale.
Un quinto elemento de singularidad es la Caja de resistencia de ELA, a la que se destina el 25% de la cuota de los afiliados. Nuestro país lidera el ranking de conflictividad laboral en el entorno. Claramente en relación con España, con quien hay datos comparativos. Y aún más con Francia, donde el 70% de las huelgas son “espontáneas”, es decir, no son lideradas por sindicatos constituidos sino por los trabajadores solos.
Conviene aclarar que estas singularidades no informan sobre la correlación de fuerzas. Es una evidencia, también en el caso del sindicalismo abertzale, que su influencia política y su eficacia sindical se ha visto mermada, como consecuencia, sobre todo, de la modificación de la legislación laboral tanto individual como colectiva. Asimismo, en el contexto de la crisis, ELA ha informado de una pérdida de efectivos de afiliación importantes. Con todo, ha acreditado una tasa de afiliación sobre población asalariada activa superior a la del 2007. Dicho de otra manera: el desempleo ha crecido más que lo que ha caído su afiliación.
Con todo, considero que esas singularidades (escala de nación sin estado, financiación autónoma, negativa a la concertación social, capacidad de conflicto, y adaptación a los nuevos contextos empresariales) pueden informar de pistas de futuro para el conjunto del sindicalismo. La Comunidad Autónoma del País Vasco acredita una tasa de afiliación sindical del 29% , a diferencia del 11% español y del 4% francés. Es una diferencia sustancial si tenemos en cuenta que el marco normativo laboral y sindical, así como el sistema de seguridad social, es el mismo que el del estado español.
Con todo, estas singularidades están lejos de garantizar la existencia futura del sindicalismo de contrapoder. La crisis en curso, hegemonizada por el neoliberalismo, constituye, como decía Bourdieu “un programa de destrucción sistemática de los colectivos”. El ataque librado por Zapatero y Rajoy contra la negociación colectiva; la ofensiva patronal en el seno de la OIT contra el derecho de huelga; la negociación que está teniendo lugar en torno al TTIP; la ofensiva contra el crédito horario de los delegados y delegadas sindicales… constituyen ataques ante los cuales el sindicalismo europeo, y el nuestro en particular, no tiene el futuro asegurado. Con la expresión existencia futura no me refiero, evidentemente, a la pervivencia de una sigla, sino a la permanencia de un modelo concreto, el nuestro.
Si la correlación de fuerzas es menor, si la propia existencia del sindicato no está garantizada… ¿Qué podemos hacer?
Creo que el sindicalismo de ELA debe mantener blindados y fortalecer aún más los elementos de singularidad que he citado. Pero difícilmente podrá hacer frente, en muy pocos años, a las exigencias del futuro, si no es capaz de dar pasos efectivos en tres direcciones. La mala noticia es que va a ser muy difícil hacer todas esas cosas a la vez. La buena noticia es que son tres cuestiones en las que profundizar que dependen, en gran medida, del propio sindicato. Esos tres vectores de actuación son, a mi entender, los siguientes:
1. El primer vector tiene que ver con la organización en la base. El sistema de irradiación de condiciones de trabajo de los anteriores modelos de relaciones laborales ha sido destruido con las reformas. El sindicalismo tendrá futuro si es capaz de armarse en los centros de trabajo, si es capaz de ganar adhesiones en cada empresa y suscitar la militancia dentro de ella. El sindicato en la empresa es el suelo sin el cual no hay ulteriores ambiciones negociadoras ni políticas. Ganar en adhesión y base militante es cuestión de vida o muerte.
2. El segundo vector es la búsqueda de una alianza sindical y una articulación sociopolítica innovadora, no sólo para la interpelación y la crítica a las fuerzas neoliberales, sino con vocación transformadora. Esto pasa por asumir la interpelación crítica del movimiento sindical, como elemento indispensable de reforzamiento de las referencias de izquierda con vocación de intervención institucional. El punto fuerte de esta articulación es que los elementos de justicia social son los más determinantes, a nuestro juicio, para ganar las adhesiones para un proyecto de transformación que sólo puede ser soberanista, es decir, pro-soberanías.
3. El tercer vector, tiene que ver con ser aquello que se reivindica. Por doquier están conformándose experiencias alternativas en el campo de las finanzas, el trabajo, la energía, la alimentación… con vocación de relocalizar la economía, respetar a los productores y a los consumidores, velar por modelos producción y distribución sostenibles y respetuosos con los trabajadores y el medio ambiente. Urge desarrollar un trabajo de red de quienes optamos por un cambio radical del modelo político, económico y medioambiental. Es en el contexto de esas redes donde la lucha sindical puede alcanzar las cotas de resonancia, y no sólo de resistencia, que necesita para alcanzar un cierto éxito.