[Publicación] Organización sindical y lucha por la democracia

2022/05/04
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Jane F. McAlevey (New York 1964) activista estadounidense, es Senior Policy Fellow en la Universidad de California (Berkeley Labor Center) desde 2019. Autora de tres libros sobre poder, estrategias y el papel fundamental de los trabajadores y trabajadoras de los sindicatos. En sus libros expone distintos modelos de organización sindical y concede una importancia extraordinaria a las huelgas. Éstas, en su opinión, son clave para la transformación. Su obra puede sernos útil e inspiradora, y este documento pretende sintetizar dos de sus libros.

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No hay atajos: organizing para el poder

(CAS) D51.pngNo se ha encontrado nada mejor que los sindicatos para garantizar a la clase trabajadora unas condiciones de vida dignas. Curiosamente, la academia que estudia los movimientos sociales suele dejar a un lado a los sindicatos en sus investigaciones. En opinión de las y los académicos los sindicatos buscan sobre todo la ganancia material, pero se les olvida que las luchas en los centros de trabajo atañen a la necesidad emocional más profunda de las personas: la dignidad. Al abordar sus estudios las investigadoras e investigadores harían bien en acudir más a la gente que participa en los conflictos.

Es la propia clase trabajadora la principal actora para obtener su liberación. Las masas estratégicamente desplegadas han sido durante largo tiempo la única arma de la gente común. La mala imagen y baja autoestima que las trabajadoras y trabajadores suelen tener de sí mismos solo puede superarse experimentando el conflicto colectivo. Las huelgas son indispensables para que el poder vuelva a manos de la clase trabajadora. Para obtener resultados significativos la huelga resulta ineludible. La huelga se parece a un músculo: cuando se ejercita se refuerza y si no se utiliza, se atrofia. Las experiencias transformadoras suelen derivarse de acciones colectivas de gran riesgo. Las grandes concesiones exigen un poder muy fuerte.

Las huelgas exitosas entrañan una organización muy participativa. Las huelgas ganadoras se hacen con la participación de la mayoría de las trabajadoras y trabajadores, sumando a la gente corriente, no solo a los activistas de siempre. Cuando la mayoría de las trabajadoras y trabajadores de un centro de trabajo están en huelga están determinando su destino, en lugar de dejar ese cometido únicamente a cargo de sindicalistas profesionales. Saben que la posibilidad de conseguir un buen convenio está directamente ligada a la capacidad y ganas que tienen para luchar contra el empresario. Es muy importante que trabajadoras y trabajadores sientan que son el sindicato. El sindicato no es un tercero, junto con el empresario y los trabajadores y trabajadoras. Ellos son el sindicato. Esta es otra de las claves para el éxito. Un o una sindicalista profesional puede jugar a ser Bruce Lee (individualismo heroico) pero nunca podrá sustituir al ejército de la clase trabajadora. La verdadera fuerza reside en las trabajadoras y trabajadores. El o la empresaria, si ve que el 80% de sus empleadas y empleados no está afiliado, seguirá tranquilo. El hecho de ganar poco o mucho en una lucha depende de un factor: las creencias, motivaciones y propósitos del equipo que lidera la organización obrera.

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En los años 30 y 40 las principales victorias del movimiento obrero se lograron a través de este modelo de sindicalismo. La AFL-CIO (Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales) obtuvo victorias significativas porque buscaba atraer a la mayoría de trabajadores y trabajadoras al sindicato: la lucha de clases. Las mayorías eran imprescindibles, porque la AFL-CIO no hacía huelgas simbólicas, sino reales. En la mayoría de las ocasiones la supermayoría de obreras y obreros participaba en las huelgas. El liderazgo izquierdista mostró una mayor capacidad de sacar adelante el sindicato porque vinculaba las luchas particulares con la transformación del conjunto del sistema. Solía hacer una lectura integral al trabajador o trabajadora, y le ofrecía una perspectiva integral.

A partir de los años 50 las cosas empezaron a cambiar y se construyó el nuevo sindicalismo y la nueva izquierda. Los sindicatos se fueron profesionalizando y, en lugar de encaminar las fuerzas al logro de mejoras sustanciales para la clase trabajadora, empezaron a hacer campañas corporativas con ánimo de aplacar las posiciones empresariales que iban a por los sindicatos. El foco empezó a situarse en los empresarios, y se fue alejando de la gente que trabajaba y de sus comunidades. Ya no se veía a las trabajadoras y trabajadores como agentes principales de su emancipación. Se descartan las huelgas que paralizaban la producción.

En consecuencia, los sindicatos no ven la necesidad de construir en los centros de trabajo organizaciones potentes integradas por la mayoría de las trabajadoras y trabajadores. La clase trabajadora deja de ser el agente principal de su propio futuro y los sindicatos empiezan a afrontar luchas tácticas mediante campañas corporativas, alejando así su acción de los centros de trabajo y de las obreras y obreros de a pie. Este nuevo modelo de sindicalismo lleva a que el sindicato vea al empresario desde la perspectiva del empresario, y no desde la situación de la gente que trabaja. Las trabajadoras y trabajadores eran antes centrales y ahora son periféricos. No son más que una de las palancas con las que se acciona sobre el empresario.