Socialdemocracia sin socialdemócratas: ¿Cómo puede recuperarse la izquierda?
Neal Lawson, omentarista político y presidente del grupo de presión Compass (este artículo se publicó en el New Statesman el 12 de mayo de 2016)
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La socialdemocracia, o la convicción de que un partido, en una nación, sobre todo a través del estado puede configurar un sistema que favorece los intereses del trabajo sobre los del capital, está muriendo como práctica política. Está a punto de unirse al “comunismo” como término político que solo tiene relevancia histórica.
La frustración es que queremos un modo de vida que es profundamente social y radicalmente democrático, pero la socialdemocracia como práctica política y los socialdemócratas como credo político carecen, quizá definitivamente, de la capacidad o voluntad para afrontar los desafíos del siglo XXI
Pero, de hecho, un mundo que sea tanto social como democrático es una necesidad más urgente que nunca. Desde los bancos de alimentos a las inundaciones, casi nunca ha sido más necesario u obvio que lo social debe tener prioridad sobre lo privado. Y en todas partes la gente está buscando nuevas respuestas y nuevas maneras de realizar por un lado su común y compartida humanidad, y por otro, la supervivencia del planeta. La democracia abunda, pero no en nuestra farsa de sistema bipartidista. Esto explica el ascenso de nuevos partidos y tantos movimientos on- y offline. La frustración es que queremos un modo de vida que es profundamente social y radicalmente democrático, pero la socialdemocracia como práctica política y los socialdemócratas como credo político carecen, quizá definitivamente, de la capacidad o voluntad para afrontar los desafíos del siglo XXI.
Este breve ensayo trata de comprender el ascenso y la caída de la socialdemocracia; de contemplarla no como “la norma” a la que se ha de volver cuando el laborismo, con los líderes adecuados, gane el número preciso de escaños, sino como un pico temporal hecho posible por un peculiar alineamiento de fuerzas tras la II Guerra Mundial. Posteriormente describe el hostil terreno que ha reemplazado al benigno contexto de la posguerra, que por un tiempo llevó al poder a los socialdemócratas. Y concluye esbozando los cuatro retos que los socialdemócratas deben afrontar con tal de tener un futuro:
El final de la película El show de Truman puede servir de referencia cultural para el desafío existencial que afrontan los socialdemócratas
0. Visión y sociedad justa más allá del turbo-consumo
1. Globalización y necesidad de controlar al capital más allá de las fronteras
2. Cultura y necesidad de dejar actuar y confiar en la gente
3. Acción y necesidad de construir nuevas alianzas por el cambio
El final de la película El show de Truman puede servir de referencia cultural para el desafío existencial que afrontan los socialdemócratas: A lo largo del film Truman empieza a sospechar que el mundo no es como se lo han explicado. Finalmente, se lanza en su pequeña barca a descubrir qué existe realmente más allá del horizonte. Los productores del programa provocan una tormenta simulada para tratar de obligarle a volver a su segura pero irreal vida. Truman, sin embargo, continúa hasta que choca con los muros del gigantesco plató, que había constituido la totalidad de su artificial vida hasta ese momento. Fuera le aguarda un nuevo mundo, el mundo real. Los socialdemócratas deben tener el coraje y la ambición de ir más allá de los viejos modos de pensar y trabajar, para ayudar a crear un nuevo futuro. O si no afrontarán un constante declive que acabará por llevarles al olvido. Porque, a diferencia de Truman, no tienen un puerto seguro al que volver. Costumbres electorales arraigadas y hábitos mantendrán a algunos partidos socialdemócratas a flote de manera transitoria. Es posible que cuando la derecha meta la pata estrepitosamente incluso puedan volver al poder, pero en ningún caso tendrían la fuerza para mantener a raya al neoliberalismo, y mucho menos para transformar la sociedad. Estos serán los mejores momentos para los socialdemócratas en una caída hacia la irrelevancia que ya están experimentando.
Pero lo que Hobsbawm detectó fue que la clase trabajadora que constituía la base del laborismo, que durante largo tiempo se creyó sería la clase en expansión y algún día universal, había de hecho empezado a reducirse ya en 1945
El argumento clave es este: queremos y necesitamos un mundo profundamente social y radicalmente democrático, pero la praxis de los socialdemócratas, su estatismo y tribalismo/sectarismo, su obsesión por mandar y controlar, su énfasis en el crecimiento y su falta de voluntad para construir nuevas instituciones globales chocan con un zeitgeist1 que demanda pluralismo, complejidad, localización y globalización y una sociedad que busca una equidad mucho mayor pero que es incompatible con el consumo sin fin. Hoy la socialdemocracia como práctica política no puede hacer frente a los desafíos de crear un mundo socialdemócrata para el siglo XXI. Por tanto, ¿podemos tener una socialdemocracia sin socialdemócratas? Es más, ¿debemos tenerla?
La pérdida de todo
Los socialdemócratas son producto de las fuerzas nacionales e industriales del siglo pasado, que han sido sustituidas por fuerzas globales y postindustriales totalmente contrarias a aquellos. Están en retirada, no porque sus líderes no den la talla, o porque los medios de comunicación les maltraten, sino porque las condiciones materiales y culturales que disfrutaron en su apogeo, a mediados del siglo XX, han sido reemplazadas por fuerzas y una cultura que ataca las raíces de su credo.
Pero este alineamiento de clase, gobernanza y Guerra Fría hizo creer erróneamente a los socialdemócratas que la batalla con el capital había acabado, no de manera temporal, sino definitiva
En 1979 el historiador marxista Eric Hobsbawm escribió su famoso libro The Forward March of Labour Halted2. Algunos equivocadamente pensaron que el argumento de Hobsbawm era que la marcha se había frenado ese año, en gran medida porque coincidió con la llegada de la Sra.Thatcher al gobierno y al poder. Pero lo que Hobsbawm detectó fue que la clase trabajadora que constituía la base del laborismo, que durante largo tiempo se creyó sería la clase en expansión y algún día universal, había de hecho empezado a reducirse ya en 1945. Por tanto, en la cima del triunfo laborista, la mayor fuerza de los socialdemócratas, su base de clase unitaria, había empezado a erosionarse.
La clase trabajadora había dado a los socialdemócratas vigor cultural y organizacional. Era una experiencia industrial común, con comunidades y aficiones compartidas. En la terminología marxista formaba una clase en y para sí misma. Esto es, tenía conciencia de sus circunstancias y necesidades. Esta clase trabajadora, en su gran mayoría empleada en fábricas que practicaban el fordismo, y las líneas de montaje en las que cada persona tenía su lugar, no solo daban al laborismo votos y dinero, sino también un sistema burocrático y tecnocrático de gobernanza. La socialdemocracia podría acceder a los “white collars”3 y a la planta de dirección. Igual que Lenin definía el comunismo como soviets más electrificación, la socialdemocracia podría definirse como clase trabajadora, más burocracia y tecnología.
Esta denominada “edad de oro” para los socialdemócratas, a grandes rasgos entre 1945 y 1975, también fue posible por lo que la había precedido, la experiencia de la depresión de los años 30 y la guerra que siguió. Nadie quería volver en 1945 a la miseria y precariedad de los 30 y la solidaridad de la guerra mostró qué podía hacerse cuando realmente “todos vamos en el mismo barco”. Y tal como Jeremy Gilbert argumenta, el laborismo estaba a cargo del país ya antes de 1945; solo pasó de gestionar la coalición doméstica de la guerra a gobernar todo el país. Por ello, el inicio de la Edad de Oro estaba lista.
Finalmente, estaba la amenazante presencia de la Unión Soviética. Hoy en la política mundial se enfrentan modalidades del capitalismo y religiones diferentes. Pero en los inicios de la Edad de Oro había una alternativa viva y en expansión al capitalismo, el comunismo. Actualmente es casi imposible imaginar el efecto del socialismo realmente existente en el reequilibrio de las fuerzas de la posguerra en favor del trabajo y contra el capital. Los propietarios del capital estaban aterrados ante la posibilidad de que estallara una revolución en occidente cuando las fuerzas armadas volviesen a casa del frente. A lo largo de los años 60 se presentía que la planificación soviética iba a superar a los mercados libres en términos de productividad.
¿Fin de la lucha?
Pero este alineamiento de clase, gobernanza y Guerra Fría hizo creer erróneamente a los socialdemócratas que la batalla con el capital había acabado, no de manera temporal, sino definitiva. La biblia de esta era revisionista fue The Future of Socialism de Tony Crosland y la creencia de que una economía mixta se había impuesto para siempre, y que la única cuestión política era el grado de redistribución de los avances del inagotable crecimiento. Además, los socialdemócratas interpretaron equivocadamente los éxitos del pacto de la posguerra en gran medida como mérito propio, y no como fruto de ese alineamiento de clase, tecnología y política global. Solo era cosa de Mr.Atlee4 y no del contexto; del surfero, no de la ola.
Pero cuando el contexto cambió los socialdemócratas no lo hicieron. Bajo la superficie de esta era de aparente consenso permanente, los factores que habían dado tanta fuerza a los socialdemócratas e hicieron posible la Edad de Oro se estaban debilitando dramáticamente. Cuando el fordismo fue sustituido por el post-fordismo y la industria fue desmantelada y reemplazada por el sector servicios, las identidades de clase se volvieron mucho menos rígidas, obvias y evidentes. A medida que las fábricas cerraban los sindicatos perdieron mucha fuerza, igual que los recuerdos de la guerra y la depresión. Y como preludio de la caída soviética, se alcanzaron los límites del cambio a través del estado burocrático. Finalmente, por supuesto, la amenaza del comunismo como vibrante desafío al capitalismo se había desvanecido mucho antes de 1989.
Pero los socialdemócratas actúan como si una nueva Edad de oro, o al menos su predominio electoral, siguiera siendo posible, con tal de tener los líderes adecuados y acertar en sus políticas. Ambos factores importan, pero los líderes son como surferos; necesitan una ola que les impulse. La ola de la socialdemocracia ha tenido vaivenes. Y los viejos resortes del estado se han oxidado y se han desconectado de la sociedad.