Contra el trumpismo y sus avatares, pasemos a la ofensiva

2025/02/24
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La lucha contra la extrema derecha en el proceso de trumpización no puede limitarse a una simple lógica defensiva. Como hace 80 años, la resistencia al nuevo autoritarismo debe reflexionar sobre las causas del desastre para proponer las condiciones para una sociedad democrática renovada.

Romaric Godin (este artículo fue publicado en la revista Mediapart el 13 de febrero de 2025)

[...] En Francia, el Consejo Nacional de la Resistencia (CNR) comprendió que la fuente del peligro fascista residía en el abandono de las poblaciones ante las crisis del capitalismo. Por ello, la lucha antifascista condujo al establecimiento de un Estado social que transformó profundamente la sociedad.

Hoy resulta difícil de imaginar, pero la Francia de posguerra representó una ruptura total con la del período anterior a 1945, que contaba con una de las redes de protección social más débiles de Occidente. Este cambio fue fruto de una lucha que no solo se dirigió contra el fascismo mismo, sino también contra las raíces económicas y políticas que lo alimentaban. Es este enfoque el que debe seguir guiando a quienes se enfrentan al poder del capitalismo autoritario contemporáneo.

[...] Desde que el sueño neoliberal de un mercado autorregulado y eficiente desembocó en el desastre de 2008, demostrando su incapacidad para restaurar la productividad y el crecimiento, los ganadores de ese modelo decidieron tomar el control del sistema por su cuenta, moldeándolo según sus propios intereses.

El primer error de nuestro tiempo sería creer que el capitalismo neoliberal es el antídoto contra el giro autoritario de Trump. Existe una tentación real de idealizar el sistema anterior, no solo porque era más democrático y menos violento, sino porque podría parecer que la respuesta adecuada consiste en restaurar la competencia y el mercado para frenar a los oligarcas tecnológicos. Pero esto solo reactivaría el mito del "capitalismo democrático", basado en la idea de que una economía de mercado regulada puede garantizar la democracia liberal.

El problema es que, en realidad, ese "capitalismo democrático" es precisamente el que ha dado origen a la monstruosidad trumpista y muskiana. La sacrosanta "economía de mercado", glorificada durante cuatro décadas por los intelectuales de moda, ha estado en crisis permanente, un estado que solo podía desembocar en un desenlace autoritario y monopolista.

[...] combatir el trumpismo reavivando el neoliberalismo sería el peor de los errores.

Sería olvidar que las poblaciones han girado hacia la extrema derecha, en gran parte, debido al fracaso del neoliberalismo: no cumplió sus promesas de mejorar las condiciones de vida y, cuando la situación lo requirió, no dudó en recurrir a la fuerza para imponer sus políticas.

La degradación de la democracia liberal y su reducción progresiva a un mero procedimiento electoral no es una novedad surgida con Trump.

Desde la década de 1980, los neoliberales han trabajado sistemáticamente para debilitar el poder de los sindicatos, reducir el papel del colectivo en el trabajo, mercantilizar las relaciones sociales y glorificar la figura del "emprendedor" como el único modelo de éxito. Su objetivo siempre ha sido claro: controlar el voto ciudadano para evitar cualquier cuestionamiento del orden social establecido.

Además, no han dudado en blindar sus políticas mediante la incorporación de principios neoliberales en tratados internacionales y en el derecho constitucional, limitando así cualquier margen de maniobra democrático. La "disciplina de mercado" ha llegado incluso a doblegar a los propios Estados, como ocurrió en Grecia a partir de 2010. Y, en última instancia, cuando fue necesario, el neoliberalismo ha recurrido abiertamente a la represión: desde la brutalidad policial contra los mineros británicos en los años 80 hasta la represión de los "chalecos amarillos" en Francia, la violencia del Estado ha sido utilizada sin reservas para sofocar la protesta social.

Esta política, ineficaz y destructiva, ha allanado el camino al horror trumpista, al igual que antes lo hizo con la dictadura de Putin en Rusia. Ha preparado a las sociedades para la violencia, la negación de la democracia y el sometimiento de los ciudadanos a los intereses del capital. No es casualidad que, cuando la extrema derecha ofrece un modelo político ajustado a los intereses de los plutócratas, una parte significativa de la población apenas reaccione.

El fracaso neoliberal es, además, el caldo de cultivo perfecto para la xenofobia y el racismo de la extrema derecha. En primer lugar, porque desde 2008 los partidos neoliberales, con el fin de mantenerse en el poder, no han dudado en adoptar discursos antiinmigración y en explotarlos políticamente.

Para salir de este círculo vicioso, debemos entender que el problema central radica en la evolución reciente del capitalismo. Progresivamente, el llamado "capitalismo democrático" se ha vaciado de contenido. Hoy en día, la democracia es vista por los grandes capitales como un obstáculo para la acumulación de riqueza. Y esto no se limita a los gigantes tecnológicos; todo el capitalismo busca imponer las políticas que le benefician sin importar la voluntad popular.

Ningún sector del capital acudirá en auxilio de la democracia. Los actores económicos que dependen del dinero público para mantener su tasa de ganancia solo buscan imponer recortes al gasto social y a los salarios, sin preocuparse por obtener legitimación democrática alguna.

La lucha de resistencia debe centrarse en una redefinición de la democracia que rompa con la lógica de acumulación. Esto implica que las condiciones en las que se forman las opiniones deben estar libres de la influencia del capital. Para lograrlo, es fundamental redefinir las necesidades de la sociedad, no en función de la acumulación de riqueza, sino del bienestar social y ambiental. La expansión de la democracia debe alcanzar también las esferas de producción y consumo.

Solo a través de una conciencia renovada, basada en la solidaridad y el respeto a los límites del planeta, podrá la democracia recuperar su verdadero significado. La nueva resistencia debe asumir este desafío y no limitarse únicamente a defender lo que aún queda en pie, sino atreverse a imaginar y construir una alternativa real.