[Libro] Digitalización laboral y socialmente inclusiva

2022/03/15
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En la primera parte del libro Pablo Cotarelo y Albert Medina analizan el impacto de la economía digital en el contexto socio-económico de Hego Euskal Herria. Al igual que el resto de las sociedades europeas, HEH ha vivido y está viviendo un proceso de digitalización de su vida cotidiana, situándose en la franja media de países europeos en términos de uso cotidiano de herramientas digitales. Parte del proceso de convergencia digital ya ha terminado, el acceso de Internet en el hogar es generalizado y comparable a cualquier hogar europeo, y otra parte está por acabar, en el uso de Internet para compras y en el uso de Internet. En la segunda parte del libro se plantea de qué manera enfocar un proceso de digitalización laboral y socialmente inclusiva, para lo cual se distinguen dos grandes ámbitos: la acción sindical y el modelo vasco de digitalización desde la perspectiva del mundo del trabajo.

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La digitalización es un proceso relativamente reciente, en términos históricos, con una importancia creciente que está arraigado en el proceso de financiarización. Paralelamente, la financiarización es un proceso histórico que ha tenido lugar en todo el mundo desde la década de 1970. Con él, las finanzas se han vuelto predominantes sobre la producción y la distribución. La financiarización surgió al final de un periodo prolongado de crecimiento y aumento de los ingresos después de la Segunda Guerra Mundial. Durante el periodo anterior a la financiarización, se gestionó la demanda agregada, se estableció una fuerte regulación financiera a nivel nacional e internacional, y los ingresos reales de trabajadores y trabajadoras siguieron una senda ascendente

Sin embargo, la financiarización se ha caracterizado por un crecimiento débil y repetidas crisis económicas en los países más desarrollados. Los bajos precios de la energía y el profundo cambio técnico en el procesamiento de la información y las telecomunicaciones facilitaron la movilidad del capital en todo el mundo, lo cual hizo que el gran capital de los países más dominantes, dependiera más de estrategias mercantilistas y rentistas basadas en la deslocalización de la producción y liberalización del comercio y las finanzas. Esto, a su vez, se vio exacerbado por una desregulación sistemática de los mercados laborales y de los sistemas financiero y comercial, que fueron implementados deliberadamente por estados cada vez más neoliberales, lo cual condujo a una debilidad del crecimiento de la productividad en las economías desarrolladas.

La retirada del mundo del trabajo en este contexto ha significado que el equilibrio de la distribución del ingreso se haya desplazado a favor del capital en el curso de la financiarización. Otro avance de la financiarización que va en línea con la retirada de la mano de obra ha sido el retroceso de la provisión de bienes y servicios básicos por parte de las administraciones públicas, a causa de una tendencia generalizada de los gobiernos a privatizar los servicios que se habían considerado parte del estado de bienestar y a reducir el gasto como parte de las estrategias de “finanzas sólidas” características del periodo neoliberal. Esta tendencia se ha exacerbado desde la crisis de 2007-08, especialmente en Europa, donde la austeridad fiscal y las privatizaciones se establecieron como respuesta general a la crisis, lo cual cosechó unos muy males resultados.

Asimismo, la financiarización es una tendencia característica del capitalismo maduro que, en última instancia, se deriva de la producción de un “excedente” que no se puede absorber fácilmente. Además, a medida que el capitalismo madura se vuelve dominado por monopolios. Bajo el capitalismo monopolista, la explotación del trabajo da como resultado un excedente de valor en constante expansión. Este excedente no puede ser absorbido fácilmente a través del consumo y la inversión del sector productivo, o mediante actividades derrochadoras asociadas con las ventas o el gasto estatal. Este desarrollo está más bien relacionado con el aumento de la productividad y el progreso técnico.

Sin embargo, el fenómeno al cual actualmente se hace referencia como ‘digitalización de la economía’ no es en realidad una nueva revolución tecnológica, ni es la Segunda Era de las Máquinas de Brynjolfsson y McAfee, ni la Tercera Revolución Industrial de Rifkin, ni la Cuarta Revolución Industrial del Foro Económico Mundial, ni siquiera la Quinta Revolución Industrial (que empezó hacia principios de la década de 1980). Lo que estamos viviendo en estos momentos es el punto de inflexión entre el frenesí del cambio de siglo por todo lo relacionado con las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) y la realización de sinergias urgentemente necesarias entre el potencial innovador y la sociedad globalizada, todo en base a turbulencias institucionales de gran alcance (Valenduc, 2018).

Gracias a los múltiples análisis internacionales que se han realizado en los últimos años, lo que podemos inferir de los datos es que todas las sociedades europeas han vivido y están viviendo un proceso de digitalización de su vida cotidiana, en mayor o menor grado, y de manera más o menos acelerada.

La transformación de la vida cotidiana en Europa a consecuencia de la digitalización se expresa de varias maneras, y no todas son beneficiosas o mejoran la vida de las personas que se ven inmersas en este proceso. Es el caso de los problemas asociados a las desigualdades de género y clase (que trataremos más extensamente en el presente documento), además de los estructurales de carácter socio-ambiental.

Entre las diversas doctrinas que se han difundido últimamente desde algunas escuelas y corrientes económicas se encuentra la de la desmaterialización de la economía. Esta doctrina, diseñada en parte para relativizar las demandas y propuestas de los movimientos por la justicia ambiental, ha venido sosteniendo que, gracias a las TIC, a Internet y a la digitalización se produciría un desacople entre le crecimiento económico (expresado a través del PIB) y los requerimientos de energía y materiales. Y, por tanto, que sería conveniente no solamente evitar poner trabas u obstáculos a su desarrollo a nivel global, sino por el contrario que sería muy necesario promoverlo sin ambages.

Con lo que no ha contado, quizás interesadamente, este tipo de argumentos es con las ingentes cantidades de energía y materiales que se necesitan para la construcción de las estructuras e infraestructuras del mundo digital y para el funcionamiento y su mantenimiento a lo largo del tiempo en términos globales y globalizadores. Por poner solamente algunos ejemplos que pueden ilustrar este Impacto nos podemos referir a los satélites y los cables submarinos que permiten las conexiones de toda la digitalización, o las cadenas de suministro de los minerales y las fuentes energéticas necesarias para que los dispositivos digitales uncionen, desde los teléfonos móviles hasta los ordenadores de mesa, pasando por los servidores.

Como vemos, del lado de la producción y sus requerimientos el fenómeno de la digitalización tiene un impacto socio-ambiental muy significativo. Pero el caso del lado del consumo no es muy diferente. Por una parte, tenemos la proliferación de dispositivos electrónicos digitales, que basada en la lógica del (casi) “usar y tirar” y la “obsolescencia programada”, está aumentando dramáticamente el consumo de este tipo de productos per capita. Por otra parte, nos encontramos con que las pantallas esconden los impactos de todo tipo (laborales, sociales, ambien- tales, económicos, etc.) que hay detrás de ellas. Paradójicamente también entre aquellos segmentos de las sociedades que se auto-perciben como más responsables. Y finalmente, la individualización y el aislamiento social que promueven las relaciones sociales y de consumo a través de las pantallas, que traen consigo también nuevos requerimientos de energía y materiales como consecuencia de las distancias que deben recorrer los productos demandados online y on time, y los nuevos empaquetados (ya sean necesarios o no).

Es previsible que la necesaria transición ecológica demandada por crecientes estratos de la población, con la ayuda de las herramientas digitales correspondientes, suponga una oportunidad de generación de nueva ocupación en los países centrales si ésta se dirige hacia la relocalización de la economía y la reducción de las cadenas de suministro globales.

Por otra parte, es necesario señalar que la transición laboral entre sectores insostenibles y sectores sostenibles no está siendo sencilla por diferentes motivos. Uno de esos motivos es el poder acumulado en algunas de las actividades empresariales insostenibles, como las dedicadas a los combustibles fósiles, que se resisten a ver reducida su capacidad de acumulación de capital.

El papel de las herramientas digitales en la transición ecológica, al igual que en el resto de sectores, deberá ser emancipador y evitar e impedir nuevos proce- sos de acumulación que la acompañen, si verdaderamente se trata de una transición ecológica basada en la democracia económica.

Es en este contexto general y bajo estas condiciones históricas en el que se desarrolla este fenómeno de la digitalización. De las múltiples dimensiones que puede tener un fenómeno de estas características, en el presente documento nos centraremos únicamente en la que se refiere al mundo del trabajo, asumiendo una serie de limitaciones de antemano.

En primer lugar, se asume que estamos ante un fenómeno global impulsado por el capital internacional, con lo que esto conlleva de dimensión y uso del poder. Además, se conoce que tanto la tendencia del sistema económico como el interés de que este desarrollo sea en forma de monopolio son muy elevados.

Por otra parte, como acabamos de señalar, los impactos negativos presentes y potenciales, aparte de ser globales, pueden ser irreversibles en la medida que afectan a mecanismos reproductivos de la biosfera, como los relacionados con el clima.

Asimismo, se desconoce el grado de connivencia o competencia que tendrán las estructuras estatales o nacionales, y sus intereses creados, frente a un nuevo proceso globalizador y de pérdida de soberanía como el que, todo apunta, pueda tener la digitalización.

También se asume el alto nivel de incertidumbre asociada a otros fenómenos que puedan interferir de manera significativa en el desarrollo de la digitalización. El ejemplo más reciente y dramático es el de la pandemia causada por la Covid-19.

Finalmente, estos últimos hechos nos conducen a introducir en la ecuación el debate sobre el contrato social. Existen indicios de que, al igual que en otros ámbitos o sectores, el contrato social que ha venido operando en las últimas décadas en Europa está viviendo sus postrimerías. El maltrato que sufre a manos de las esferas de poder obliga a revisar la posición y los planes desde el mundo del trabajo. Las transformaciones que se buscan abarcan diferentes dimensiones, que en la actualidad definen y configuran la realidad de la sociedad tal y como la conocemos. Los nuevos modelos de negocio asociados intrínsecamente a la economía digital van dirigidos a la reducción de los costes de producción para acelerar la exitosa acumulación del capital, a la creación de una nueva clase social itinerante con la ilusión de ser inmaterial como manera de seguir profundizando en la desorientación de clase, a la destrucción del estado de bienestar o a la apropiación de los nichos de negocio (servicios públicos) a los que le vincula, y a otros pilares de nuestra sociedad.

En términos exclusivamente políticos, la apuesta de las esferas de poder puede interpretarse como una nueva fase en el proceso que entronca con la revolución conservadora de los ’80 y la deslocalización de la producción industrial (y sus consecuencias). Las medidas económicas de estos periodos vinieron acompañadas de proyectos políticos y modificaciones del contrato social extremadamente radicales.

Es por este motivo que, además de dar respuesta a los desafíos que impone la economía digital, el sindicalismo deberá dotar de contenido (junto con otros actores) a un proyecto de nuevo contrato social para las clases populares. Debido a que el proyecto político de las élites viene parapetado en esta ocasión por una expansión de la economía digital, el primer punto del debate sobre la propuesta sindical de contrato social debería dirigirse a plantear la cuestión de “a quién debe responder la innovación tecnológica y cómo se decida desarrollar, y en base a qué criterios y en beneficio de qué clases o grupos sociales”.

Por otra parte, una última interpretación de la digitalización nos remite de nuevo a su tendencia a la creación de monopolios, en algunos casos a nivel global, o con capacidad de dominio global. En este sentido podría interpretarse la digitalización en su conjunto, y en algunos de sus aspectos clave, como un proceso o proyecto colonizador por parte del poder estadounidense. En términos geopolíticos, las regiones industriales de Europa pueden convertirse en un botín muy preciado, arrastrando a una parte importante de su clase trabajadora a la lucha contra la precariedad, lo cual puede abrir un nuevo escenario de alianzas intraeuropeas.