Una estrategia de empoderamiento popular
Jordi García Jané, “Adiós, capitalismo” Ed. Icaria, 2012
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La vía electoral e institucional
Forzar la dimisión de un gobierno no sirve de mucho si le sucede otro que, con algunas concesiones a las reivindicaciones populares y cooptando a un puñado de lideres de los movimientos emancipadores, preserva las estructuras básicas de dominación. Las luchas y los contrapoderes terminan por consumirse en sí mismos cuando no tienen vocación de convertirse en mayoría social o cuando dejan intactos los aparatos del Estado, instrumentos clave de poder de las clases dominantes.En estos casos, los movimientos emancipadores quedan, a lo sumo, como grupos de presión sobre el poder político para temas concretos.
Estamos hablando solamente de uno de los frentes de lucha propuestos, el electoral e institucional, dentro de una estrategia de transformación más general, que tiene que seguir contando con los contrapoderes y los movimientos como actores que no sólo vigilan al gobierno amigo, sino que siguen desplegando sus reivindicaciones y sus contrapoderes
Así pues, los movimientos necesitan controlar las instituciones del Estado para democratizarlas tanto como sea posible y poner sus recursos al servicio de la sociedad organizada en contrapoderes y organizaciones sociales, el único sujeto posible de su propio cambio. Sería un contrasentido que un gobierno “revolucionario” obligara por decreto a extender los contrapoderes populares; el gobierno debe ceñirse a facilitar recursos a la sociedad organizada para que esta, autónomamente, vaya asumiendo dicha tarea.
Sin embargo, junto a ese rol facilitador en todo lo que se pueda realizar desde abajo, el nuevo gobierno, elegido democráticamente en las urnas, ha de jugar un papel regulador de muchos mecanismos de funcionamiento del sistema, una tarea que solo puede llevarse a cabo desde arriba. Tendrá que aplicar nuevas leyes y regulaciones a fin de cortar las relaciones estructurales de dominación y velar por que no se reproduzcan bajo otras caras. Por ejemplo, tan solo desde el Estado, es decir, promulgando leyes, recaudando impuestos, disponiendo de una eficiente hacienda publica y, digámoslo todo, de policía y cárceles para cuando no quede mas remedio, puede redistribuirse de un modo mas equitativo la riqueza.
Como hemos comprobado una y otra vez, resulta un error convertir la participación electoral o la actividad política en las instituciones en el eje de la actividad transformadora, ni siquiera cuando el gobierno ya es de los nuestros
Ahora bien, estamos hablando tan solo de un episodio, el de la toma de poder del Estado, en el marco de un proceso de transformación mas largo, con su antes y su después. Y estamos hablando solamente de uno de los frentes de lucha propuestos, el electoral e institucional, dentro de una estrategia de transformación más general, que tiene que seguir contando con los contrapoderes y los movimientos como actores que no sólo vigilan al gobierno amigo, sino que siguen desplegando sus reivindicaciones y sus contrapoderes.
Como hemos comprobado una y otra vez, resulta un error convertir la participación electoral o la actividad política en las instituciones en el eje de la actividad transformadora, ni siquiera cuando el gobierno ya es de los nuestros. Constituye, por ejemplo, una equivocación utilizar atajos para llegar a los gobiernos del nivel que sean, puesto que no sirve de nada recoger por una razón coyuntural una gran masa de votos en unos comicios si no se cuenta con fuerza social organizada que nos permita estar a la vez en la institución y en la calle, supeditando la actividad en aquella a ésta. De hecho, después de que haya ganado las elecciones un gobierno amigo, el avance del proceso transformador seguirá dependiendo, sobre todo, de la densidad de las tramas sociales auto-gestionadas y de la fortaleza de los movimientos emancipadores.
Sabemos que necesitamos gobiernos formados por organizaciones y personas que cambien a favor de las clases populares las políticas estatales y refunden las instituciones, democratizándolas, pero tampoco ignoramos que el ejercicio del poder institucional terminará por cambiar a muchas de esas mismas personas y organizaciones
El hecho de que, de momento, no dispongamos de otra opción que aprovechar las instituciones que nos encontremos, reciclándolas, en tanto en cuanto no se generen las condiciones para que surjan instancias de coordinación y regulación social auténticamente democráticas y el entramado social absorba progresivamente tantas funciones estatales como sea posible, no significa que nos engañemos a nosotros mismos haciendo de la necesidad virtud e ignoremos lo que la historia nos ha mostrado demasiadas veces: el Estado no es el instrumento idóneo para crear una sociedad emancipada, el Estado es funcional para controlar y reprimir a los grupos sociales dominados y ademas, como toda estructura, existe también para conservarse. Así pues, la dificultad para transformarlo, amplificada porque tan solo se controla, al menos en un inicio, el gobierno y no el ejército ni la judicatura ni el alto funcionariado, acarrea que los riesgos de burocratización, derechización, autoritarismo, personalismo y corrupción, en definitiva, de autonomización respecto a los intereses sociales que, inicialmente, todo gobierno revolucionario representa, sean permanentes. Estos problemas solo se pueden evitar, mejor dicho limitar, por medio de la presencia del movimiento emancipador que lo entronizo, siempre independiente, vigilante y movilizado. O dicho de otro modo: sabemos que necesitamos gobiernos formados por organizaciones y personas que cambien a favor de las clases populares las políticas estatales y refunden las instituciones, democratizándolas, pero tampoco ignoramos que el ejercicio del poder institucional terminará por cambiar a muchas de esas mismas personas y organizaciones. El proceso general por el que una organización de cualquier tipo (también un movimiento social) con el tiempo pierde la frescura emancipadora inicial y se petrifica, se acelera todavía más ,cuando estas organizaciones participan en las instituciones. Para atemperar dichos efectos, necesitamos cavar cortafuegos. El movimiento emancipador no puede participar en las instituciones estatales, bajo riesgo de entrar en crisis y ser devorado por estas. El trabajo institucional corresponde a organizaciones políticas (partidos, coaliciones...) que sintonicen con el proyecto estratégico del movimiento y asuman la responsabilidad de convertir las demandas populares en hechos estatales desde el gobierno, pero que, al gobernar, se separen de aquel para no condicionarlo y no se arroguen su representación. Este papel probablemente tan solo podrán ejercerlo futuras organizaciones políticas de nuevo cuño, distintas a la mayoría de partidos actuales que se llaman de izquierdas, e incluso distintas también a la forma partido, al menos tal como la hemos entendido hasta ahora.
Estamos pensando, pues, en dos dinámicas que comparten una misma raíz política, pero que han de permanecer independientes: una que debe desarrollar las dinámicas de autonomía de las comunidades (la trama de contrapoderes populares) y de los movimientos sociales; la otra que debe desarrollar las dinámicas de hegemonía, es decir, las organizaciones políticas gobernantes que comparten el proyecto de transformación. Los colectivos humanos que conforman cada una mantienen entre si relaciones de cooperación entre iguales, pero cada cual se centra en ejercer su propio rol, sigue sus propios tiempos y agendas, e incluso asume la posibilidad de entrar en conflicto con el otro.
Para concluir, esta es la hipótesis estratégica que propongo con objeto de orientar nuestra acción transformadora; con solo que sirva para estimular el debate ya habrá sido útil. Añado que, en mi opinión, la propuesta presenta una ventaja adicional y es que, si fracasa en su objetivo de superar el capitalismo, al menos habrá podido mejorar las condiciones generales de vida. Gracias a las vías que utiliza —la construcción de nuevas formas de vivir, la lucha no-violenta y el acceso democrático al gobierno—, en ningún caso nos sumiría en un régimen autoritario como lo fueron la mayoría de los regímenes que, a su día, nacieron de revoluciones que se proclamaron socialistas.
Por desgracia, lo mas probable es que el mundo discurra por otros caminos. Ahora bien, imaginémonos que los movimientos emancipadores de algunos países, siguiendo esta estrategia u otra, han logrado hacer posible aquello que parecía imposible y que, allá por la tercera década de nuestro siglo, empiezan a cambiar el curso de la historia.