Cómo sindicalizar y politizar a las personas alejadas de la izquierda
Nota: Este es el texto preparado por Unai Oñederra, responsable de formación y estrategia soberanista de ELA, para su intervención en la mesa redonda "Sindiquer pour politiser/Sindicalizar para politizar" que tuvo lugar dentro de la universidad sindical internacional "Le syndicalisme face au nationalisme autoritaire/El sindicalismo frente al nacionalismo autoritario" que ha tenido lugar los días 1, 2 y 3 en Paris.
ELA es un sindicato socialista, con liderazgos y cuadros de izquierda, politizados y con un proyecto ideológico claro. Pero sabemos que transformar la sociedad es imposible organizando únicamente a quienes ya comparten esa ideología. La tarea es organizar a la mayoría de la clase trabajadora. Cuantos más trabajadores organicemos, mejor. Por eso, cuando vamos a los centros de trabajo, o cuando son los trabajadores quienes llegan a nosotros, no preguntamos cuál es su ideología, sino cuáles son sus problemas.
En el fondo, eso es un sindicato: una organización colectiva para resolver los problemas de la clase trabajadora; una herramienta para mejorar sus condiciones laborales y de vida; una organización para transformar el capitalismo y construir el socialismo.
Sabemos que existen dos caminos para intentar transformar el sistema. Uno es desde las instituciones, desde el poder político. El otro es desde la calle y los centros de trabajo: desde la sociedad civil, los movimientos populares, desde el contrapoder social. Ambos son necesarios. No se puede cambiar el sistema solo desde las instituciones; pero tampoco se puede cambiar solo desde la calle o desde los centros de trabajo. Sabemos que cuando un partido de izquierdas llega al gobierno, el poder económico actúa, presiona y empuja hacia la derecha. Para que un gobierno pueda aplicar políticas de izquierda que confronten al poder económico, necesita un contrapoder fuerte. Por eso creemos que es tan necesario que el sindicato y los movimientos sociales mantengan su autonomía respecto a los partidos políticos.
Esa es nuestra opción y nuestra responsabilidad: construir un sindicato con independencia política y económica capaz de generar ese contrapoder imprescindible. Y esa independencia la garantizan los 105.000 afiliados —en una población activa de un millón— que aportan una cuota de 27 euros al mes. El 25% de esa cuota se destina a la caja de resistencia y el resto representa el 93% de los ingresos del sindicato. ELA es un sindicato de masas y su afiliación refleja la diversidad de la sociedad: hay gente que vota a la izquierda, gente que vota a la derecha y gente que no vota. No todos nuestros afiliados están politizados, ni falta que hace para afiliarse; pero sí es necesario para transformar.
A veces hay quien nos dice: “¡Espero que no tengáis muchos afiliados que voten a la derecha!”. Y nosotros solemos responder: “Ojalá tuviéramos más”. No queremos ser “los siete magníficos”; queremos transformar la sociedad, y para eso, cuantos más seamos, mejor. La pregunta, entonces, no es si deben estar o no: la pregunta es cómo politizar a trabajadores alejados de la izquierda. Ese es el corazón del debate.
Las personas se afilian a ELA porque creen que es una herramienta útil para resolver sus problemas en el trabajo. ¿Y qué ofrece el sindicato? Apoyo político, técnico y emocional; acompañamiento; orientación; organización colectiva; acción colectiva; huelga; y una caja de resistencia que permite sostenerla.
Son los propios trabajadores quienes, organizándose colectivamente y adquiriendo la capacidad de confrontar a la patronal, pueden resolver sus problemas. Y es en ese proceso de organización, preparación de la lucha y huelga donde se produce la politización. Participar en una huelga profundiza la conciencia política, cuestiona las relaciones económicas y fomenta la identificación con los intereses de la clase trabajadora.
Es cierto que las convicciones ideológicas pueden llevar a una persona a luchar o a sumarse a una huelga. Pero también ocurre lo contrario: la propia lucha puede generar convicciones ideológicas. Las huelgas y los conflictos colectivos aceleran la conciencia social, ayudan a superar el individualismo, activan liderazgos de base, construyen significados políticos compartidos y generan relaciones basadas en el compromiso, la solidaridad y la ayuda mutua.
Para nosotros, ahí está el verdadero poder transformador. Toda persona que quiera organizarse para mejorar sus condiciones laborales es bienvenida e invitada a sumarse a la comunidad de ELA. El camino no es sencillo. Pero si están contigo, existe la posibilidad de recorrerlo. Si no están contigo, no hay ninguna. Más aún: si no organizamos a esas personas, muchas pueden terminar en la extrema derecha. Porque la gente más precaria —la que se queda en la abstención, la que siente que nadie se preocupa por lo que les ocurre— es la más vulnerable al discurso reaccionario.

Dos ejemplos de cómo se politiza en una huelga
Quiero compartir dos ejemplos muy claros de estos procesos de politización: uno en el sector de las residencias de Bizkaia y otro en el comercio textil.
Residencias de Bizkaia: 5.000 trabajadoras. 500 afiliadas de ELA en huelga durante 378 días entre 2016 y 2017. Consiguieron un convenio colectivo excepcional. Entre 2022 y 2023 volvieron a hacer 68 días de huelga y lograron otra gran victoria.
Comercio textil: 50 días de huelga en las tiendas H&M de Euskal Herria. 19 días de huelga sectorial en Gipuzkoa. 3.000 trabajadoras, de las cuales 300 eran afiliadas de ELA.
Ambos son sectores precarizados y feminizados. La mayoría de las trabajadoras no estaban politizadas. Muchas no eran feministas. Algunas incluso se declaraban “en contra del feminismo” al comiezo del conflicto. Muchas decían que no podían ir a manifestaciones porque tenían que cuidar a los hijos o preparar la cena para sus maridos. Cuando se hablaba con ellas de huelgas o piquetes, respondían que “eso no era para ellas”. Y, sin embargo, esas mismas mujeres que empezaron la huelga en la última fila acabaron gritando por un megáfono: “¡Arriba, arriba, arriba la lucha feminista!”
¿Cómo se logra esa transformación?
Con muchas visitas a los centros de trabajo, muchas conversaciones, mucha escucha y una fuerte presencia en los centros de trabajo. Con mayorías absolutas en las elecciones sindicales, para no depender de sindicatos baratos al servicio de la patronal. Con grupos de visitas formados por delegadas liberadas que acuden a centros que no son el suyo. Con planificación. Con negociación colectiva basada en asambleas. Con mucha imaginación. Organizando movilizaciones en las que las trabajadoras se sientan cómodas. Y con muchos días de huelga, posibles gracias a la caja de resistencia. También buscando alianzas: En las residencias, la alianza con las familias de las personas residentes fue clave. Con el movimiento feminista… aunque en el comercio textil no llegó o llegó demasiado tarde. Muchos sectores feministas siguen viendo a estas trabajadoras como lo que Owen Jones llamó “chavs”, un término clasista y despectivo para referirse a sectores populares no politizados.
¿Cómo se politizan en el proceso?
Gracias al conflicto. Gracias a la huelga. Gracias a la experiencia directa. Ven el verdadero rostro de sus jefes, el rsotro que se esconde tras la careta amable. Comprenden cómo funciona el capital. Cómo gobiernos y medios se alinean con la patronal. Incluso cómo la policía protege antes los intereses del empresariado que los derechos de los trabajadores. Y descubren algo fundamental: el poder colectivo que tienen y la capacidad de agencia que han desarrollado. Descubren que luchar merece la pena. Como dijo una trabajadora: “Si luchas puedes perder, pero si no luchas ya has perdido”.
Estas personas han experimentado en primera persona que son clase trabajadora, que sus intereses chocan con los del capital y que la acción colectiva puede cambiar sus vidas. El reto del sindicato es continuar ese proceso: ayudarles a entender que la lucha de clases no solo está en el centro de trabajo. Que la vivienda, los impuestos, los servicios públicos, el feminismo, el racismo, la crisis climática… también forman parte de la misma lucha.
Organizarnos también fuera del centro de trabajo
Si queremos mejorar nuestras condiciones de vida, debemos organizarnos también fuera del centro de trabajo, independientemente de quién gobierne. Ese es nuestro objetivo. Pero no es fácil. De hecho, es muy difícil.
Durante un tiempo pensamos que un afiliado de ELA que se convierte en activista o líder en su empresa podría convertirse también en activista social o comunitario. Pero esto ocurre muy pocas veces. Una de las razones es que ser activista o líder sindical en ELA es tan exigente que deja muy poca energía para implicarse en otros ámbitos.
Para concluir, diré que es más fácil que un activista social se convierta en activista sindical, porque ya está politizado. Pero, desde nuestro punto de vista, eso no es tan transformador como el camino contrario. El verdadero reto —y la verdadera transformación— está en politizar a personas sencillas, especialmente a las que más sufren la precariedad, y no caigan en manos de la extrema derecha.
