Me llamo Mohamed y ...

2015/01/07
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El problema se puede agravar si gente que tiene poder te considera “moro”. O incluso si, al contrario —pero puede suceder simultáneamente-, te arrebata el derecho a serlo, a expresarlo y a decidir en consecuencia.

Joseba Sarrionandia, ¿Somos como moros en la niebla?, Pamiela,  pág 749-753

En el Diario de Noticias del 16 de diciembre de 2009, el Gobierno de Navarra insertó un anuncio para promocionar una buena acogida a los inmigrantes. Aparecía un niño moro diciendo:

Me llamo Mohamed y soy de...”.

El lugar de nacimiento del niño está tachado con un montón de rayas. Luego se muestra este mensaje:

Imagina un lugar en el que no importa de donde vienes sino a donde vas”.

Se vislumbran en esa publicidad institucional ciertos contenidos subliminales. Por ejemplo, se evoca el Imagine de John Lennon. Sin entrar a analizar el anuncio como tal, al margen del tópico del moro-Mohamed y las licencias poético-publicitarias, brotan algunas preguntas:

Al tal Mohamed se le ha borrado la procedencia. ¿Para que hay que borrarle el lugar de nacimiento? ¿Es que hay que ocultar que es de Tetuan, Targuist o Sidi Sliman? ¿Por qué? ¿Quién es el que ha tachado lo que haya dicho Mohamed? ¿O lo ha hecho él mismo, porque quiere olvidarlo? ¿O por temor a algo? .¿Es que le resulta vergonzoso explicar los orígenes? ¿Quién promueve el anuncio? ¿Altruistas que sacan a gente del Infierno innombrable? ¿Celadores del Paraíso?

La familia de ese Mohamed ha venido a Navarra a trabajar, al igual que hasta hace poco iban los navarros a Argentina o a California, fuera por razones económicas, por motivos políticos o por lo que fuera. Por el hecho de viajar a otro país, los navarros no perdían el vínculo con su tierra y menos aún la cultura que llevaban consigo. La meta del emigrante no era, desde luego, borrar sus orígenes sino alcanzar otro territorio donde pudiera desarrollar su vida de una manera más satisfactoria. El desplazamiento no implicaba amnesia ni vergüenza, sino todo lo contrario, es decir, apertura a otros horizontes, y se imaginaba generalmente como viaje de ida y regreso, aunque este regreso fuera a diferirse en el tiempo.

Es más, los navarros que iban a vivir a otra parte se juntaban entre ellos, creaban asociaciones y desarrollaban una conciencia de pertenencia y solidaridad mayor que si se hubieran quedado donde nacieron. Como ejemplo, en 1882 se creó en Uruguay La Caja Vasco-Navarra de Reempatrio, asociación cuya finalidad consistía en sufragar los gastos de vuelta a la tierra natal de quienes por pobreza o por enfermedad no lo pudieran pagar por sí mismos. Su segundo artículo establecía:

Los propósitos de esta humanitaria institución son el proveer en los límites del presente Reglamento, al reempatrio de todos los Vascongados y Navarros, comprendiendo en esta familia, sus hermanos los nacidos al otro lado de los Pirineos, o sean Vasco-franceses residentes en la república O. del Uruguay...”.

Los vasco-navarros no olvidaban su tierra natal, se juntaban entre sí en Montevideo más que si vivieran en Pamplona y, orgullosos de su cultura original, mostraban sus raíces aunque las llevaran en el hombro.

La frase que solicita imaginación a lo Lennon aclara un poco el enunciado amputado de Mohamed: el emisor del mensaje no es Mohamed. No es el moro el que toma la palabra espontáneamente para dirigirse a sus conciudadanos navarros, sino que parece más bien una respuesta ofrecida por Mohamed a la sociedad que lo interpela. La segunda frase habría que emplazada en primer lugar, y empieza con un verbo con lindas connotaciones pero conjugado en imperativo. Dado que se trata de un reclamo publicitario del Gobierno de Navarra, se puede entender como un consejo que le dan las instituciones al inmigrante: “debes olvidar de donde vienes”. En ese caso, no sería una amnesia propia quizás voluntaria, sino una anestesia inducida por las autoridades.

El anuncio puede interpretarse renunciando a suscitar cualquier tipo de recelo, desde luego. Haciendo que signifique limpiamente algo así como "no vamos a discriminarte por tu origen". Ese es, evidentemente, el propósito inmediato del anuncio, intención loable a la hora de darle la bienvenida a alguien, si bien una relación normal entre las personas no requiere tachar nada. Al contrario, es natural en cualquier conversación entre desconocidos preguntar por el origen del interlocutor, porque conocer al otro es bueno para la convivencia. El corte en la frase del niño podría entenderse también de una manera menos correcta, como un aviso en que se le dice al niño algo así como “te llamas Mohamed, está bien, pero aquí olvídate de tu religión, tu cultura y todo lo demás”.

¿Realmente carece de relevancia de donde venga el chaval? ¿Para quién no tiene importancia al punto de tacharlo? ¿Para Mohamed o para el Gobierno? ¿Tendría sentido el anuncio si el muchacho se llamara Eddy y hubiera nacido en New York? ¿Y para los navarros? ¿No es acaso un empeño histórico de ese Gobierno que los propios navarros olviden “de donde vienen” y se muestren satisfechos de “a donde son llevados”?

El futuro tiene su importancia, aunque sea incierto, pero también el pasado se puede considerar substancial, aunque se recuerde imprecisamente. Además, cada persona tiene su propio pasado. Nadie tiene por qué postular que el de los demás sea irrelevante. Hay gente de experiencia que presume que es la infancia el auténtico paraíso del ser humano y envejecer no es más que alejarse de ese lugar. Quien le borra a Mohamed el pasado, ¿puede ofrecerle un futuro verdaderamente satisfactorio? ¿Es que se le están abriendo tantas y tan buenas puertas que Mohamed tiene que cerrar las que deja atrás?

El inmigrante no es una tabla rasa. No es alguien que haya que borrar, reiniciar y configurar como si proviniera de algo malo o vergonzoso. No tiene por qué apocarse, ni abdicar de su pasado, su familia y su cultura. Mohamed tiene derecho a conocer su pasado, y a elegir un futuro, tanto derecho como los que le acogen.

Es ciudadano del mundo y le asiste el derecho humano de viajar a cualquier parte del mundo, como aprendió de aquellos nativos del Primer Mundo que contemplaba paseándose como turistas o como hombres de negocios por su infortunado país. “Me llamo Pablo y soy de Pamplona”, le decían, por ejemplo, amablemente, antes de que él decidiera mudarse al país de ellos.

La legislación que predomina en Occidente acerca de la inmigración es ilógica, además de injusta. No puede comprenderse sino como método de supremacía y dominación. Constituye una contradicción histórica el que los europeos hayan emigrado durante siglos a América, a África, a Australia o a cualquier otro rincón del planeta y, ahora, les dé por prohibir la inmigración, sin desatender además la idea de seguir yendo a donde quieran. Implica una contradicción ideológica, porque los europeos que han difundido la Ilustración y los Derechos Humanos, las ideas de libertad e igualdad, el cosmopolitismo y la globalización, ¿cómo van a denegarle a nadie el derecho a escoger el lugar del mundo en que quiere vivir? La contradicción político-económica es así mismo evidente: si se impone el librecambismo y se trata de que el dinero se pasee sin trabas por todas partes, junto con los adinerados,¿cómo va a impedírsele a la gente necesitada el acceso a ese espacio mundial tan beneficioso? Cuenta un maestro que en cierta ocasión, en la escuela, se le acercó un niño llorando y le dijo:

Un chico me ha pegado porque dice que soy moro.

El verbo era “pegar”, y lo sustantivo era ‘”decir”. Porque el mismo que pegaba “decía” que el otro era “moro”.

¡Los moros no existen! —respondió el maestro a aquel sobrecogido niño.

Pero luego se puso a pensar, que no existen los moros como tal, pero, al mismo tiempo, ¡claro que existen!

Ahí estaba ese niño, apenas consolado por la elucidación magisterial, que quizás se llamaba Mohamed. Y los mismos vascoparlantes de Navarra son, me apuntó el maestro, en algún sentido, moros. Además, cualquiera puede y por cualquier motivo ser moro para los demás. Es decir, hay muchísimos moros, todos somos moros de alguna manera.

El problema se puede agravar si gente que tiene poder te considera “moro”. O incluso si, al contrario —pero puede suceder simultáneamente-, te arrebata el derecho a serlo, a expresarlo y a decidir en consecuencia.

Entonces, para convivir amablemente, hace falta descifrar las cosas y dejar que cada cual decida de dónde viene y a donde va.

Las imposiciones no valen ni con fondo musical de Imagine o We are the World.