Militantes felices para ganar las batallas del mañana
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Nikolas Blain (este artículo ha sido publicado en la revista Enbata)
Son pocas las columnas que he escrito en primera persona. Y no vengo aquí a dar lecciones. Septiembre de 2023: tras dos señales de alerta física, mi médico decide darme la baja por enfermedad. A principios de octubre, se ponen las palabras adecuadas: burnout, agotamiento profesional, sobrecarga. Me tomó unos días para asimilarlas, pero después nunca tuve problema en expresarlas. Mucho más a menudo de lo que hubiera imaginado, noté la sorpresa de mis interlocutores al ver que lo verbalizaba con tanta naturalidad. Algunas personas incluso me confiaron que habían pasado por una situación similar sin haberse atrevido nunca a mencionarlo en las organizaciones en las que militan.
Personas voluntarias y empleadas bajo presión
En el fondo de este problema hay una paradoja: quienes participan en el sector asociativo, ya sea de forma voluntaria o asalariada, suelen ser las y los primeros en dejarse consumir, consciente o inconscientemente, por el agotamiento profesional o militante. Las y los miembros de juntas directivas que asumen de forma voluntaria responsabilidades de gestión o de empleador suelen enfrentarse a un nivel de estrés comparable al de los directivos de empresas. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, los recursos financieros y humanos para afrontar estos desafíos suelen ser limitados.
Aunque el fenómeno puede ser más pronunciado en las personas empleadas, también afecta a las voluntarias. La línea entre la vida profesional y personal se difumina, las horas extra no remuneradas ni contabilizadas se acumulan y las jornadas interminables se convierten en norma. Resulta irónico que nuestras organizaciones, cuya vocación es promover el bienestar colectivo y que a menudo sueñan con un mundo mejor, terminen generando sufrimiento dentro de sus propios equipos. Esta contradicción fundamental no puede ignorarse, ya que cuestiona los mismos cimientos de nuestro compromiso.
Jacques Ion, en "La fin des militants ?", ya planteaba en 1997 preguntas cruciales sobre la evolución del compromiso militante. Del mismo modo, los trabajos de Pascale Dominique Russo en "Souffrance en milieu engagé" y de Simon Cottin-Marx en "C’est pour la bonne cause" destacan los desafíos a los que se enfrentan las personas militantes (empleadas o no) en organizaciones del ámbito social, sanitario-social o asociativo.
Cuidar al individuo al servicio del colectivo
Es fundamental comprender que el bienestar militante es tan importante como el éxito de nuestras luchas y que este concepto no debería ser un oxímoron, sino una realidad tangible que toda organización debe abordar. Esto implica reconocer que cuidarse a uno mismo y a los demás es, en sí mismo, un acto de resistencia.
Es crucial que quienes militan en nuestras organizaciones cuenten con espacios y herramientas para expresar su situación y ser escuchados. Personas militantes agotadas y desilusionadas difícilmente pueden llevar adelante las luchas a las que dedican su energía y pasión. La sostenibilidad del compromiso pasa por definir las necesidades colectivas y asignar a las personas voluntarias tareas acordes con sus habilidades y disponibilidad.
Al reconocer nuestros límites y vulnerabilidades, fortalecemos nuestra capacidad para liderar luchas eficaces y satisfactorias, al mismo tiempo que abrimos la puerta a más personas voluntarias.
Las soluciones no son evidentes, y este es un tema que aún está rodeado de muchos silencios. Es necesario fomentar una cultura de cuidado colectivo para poder tomar conciencia real de la situación. Sin embargo, este diagnóstico no debe interpretarse como el fin del compromiso militante, sino como una oportunidad para redefinir su papel y permitir repliegues estratégicos cuando sean necesarios.
Porque no hay duda: la militancia y el voluntariado son poderosas herramientas de realización personal y colectiva, una aventura humana ante todo, que en la mayoría de los casos es fuente de comunidad y de una alegría compartida genuina.